A Lilia Weber.
Decía Mircea Eliade que todos tenemos tiempos y espacios sagrados, independientemente de que seamos ateos o creyentes. La función de lo sagrado, ya sea en el tiempo o en el espacio, es la misma: romper con la homogeneidad al sacralizar una fecha o un lugar.
Y es que romper con la homogeneidad es parte de lo que brinda un cierto sentido a la vida, y lo hace, por supuesto, a través del lenguaje. Decir: “Hace un año que murió mi madre” es una roca inamovible con la cual nos enfrentamos y ante la cual es imposible huir: es un tiempo sagrado en la medida en que ese día, y no otro, sucedió algo que marcó nuestra existencia para siempre.
Nuestras conmemoraciones pueden ser festivas o dolorosas. Año con año recordamos festivamente el día en que nacieron los hijos o el día en que nos unimos a nuestra pareja. Pero también año con año conmemoramos las fechas dolorosas, muchas veces marcadas por la pérdida de un ser amado.
Es precisamente enfrentar el decir “hace un año que murió mi madre” lo que nos permite dar un paso más en el duelo, sea éste del tipo que sea. Los momentos luctuosos, al igual que los festivos, nos llevan a con-memorar, esto es: a hacer memoria con-juntamente. Y con-memorar es com-prometerse, lo cual implica, etimológicamente hablando, dar o decir algo antes de partir. Por eso toda conmemoración es, de alguna manera, la promesa de que antes de que nos toque partir, nos com-prometemos, a con-memorar, a hacer memoria juntos.
Por eso para aquellos que hemos perdido a un ser amado, el tiempo nunca vuelve a ser igual, ni lo son ciertos espacios. Esta es la fecha en que murió, aquella es la casa en que habitó: nuevos tiempos y nuevos espacios pasan a formar parte del ser que somos, pero lo hacen de tal manera que reconfiguran al ámbito de lo sagrado en nuestras vidas.
Esos lugares y esos momentos, cuando se refieren a aniversarios luctuosos, también nos hacen detenernos a contemplar nuestra propia muerte y el pasar del tiempo por nuestros cuerpos y nuestras mentes. Son hitos en el camino que, si bien duelen, nos recuerdan que somos polvo.
Pero mientras recordemos, como dijo el poeta, polvo seremos: pero siempre polvo enamorado.