El exdirectivo del banco Santander habla de su vida en la última fase de su enfermedad y exige al Estado recursos para que el poder adquisitivo no determine la supervivencia de los enfermos de ELA
Cae la tarde, el sol se filtra por la cristalera y la nívea pelambrera de Francisco Luzón brilla que rabia en la penumbra del salón de esta mansión alquilada. Esta mañana, desde su cama adaptada, ha mirado a María José Arregui, su esposa, volteando insistentemente los ojos al techo. Lo cuenta ella: “¿Estás viendo a Dios, Paco?', le he preguntado, porque a esto, o le echas humor o te hundes. Le he acercado la tableta y lo que quería es que le lavaran el pelo para salir guapo en las fotos”. Así que, aunque hoy no tocaba porque hay que armar un lío tremendo y lo hacen cada dos días, uno de los tres auxiliares que se turnan para atenderle las 24 horas le ha lavado la cabeza a Paco y así le luce el pelo. Luzón sonríe al escuchar a su mujer. Impresiona ver la viveza de sus ojos en un cuerpo y un rostro absolutamente inmóviles.