Llevan casi un cuarto de siglo viajando de caja en caja, durmiendo en armarios y cambiando de manos. Se han roto brazos y piernas pero, cuando nadie los ve, siempre se levantan. Y hoy lo hacen de nuevo en «Toy Story 4». Woody, Buzz Lightyear, Mr.Potato, Bo Peep... siguen tan jóvenes y aventureros como en 1995, cuando cobraron vida en la gran pantalla. Fue el primer largometraje de Pixar, un debut fascinante que convirtió a la productora en la más importante de la animación, con permiso de Disney, que la terminaría por comprar en 2006. «Toy Story» -o «Juguetes», como se llamó en España- fue un hito al convertirse en la primera cinta hecha por ordenador que se estrenaba en cines. El imperio Pixar se levantó sobre los hombros de estos muñecos de plástico que robaron el corazón a mayores y pequeños.
Un final redondo
Con el desenlace del tercer capítulo, allá por 2010, parecía que se cerraba el círculo de «Toy Story». Como sus dueños, los juguetes se hicieron mayores, pero en lugar de arrugas acumularon polvo en el fondo de una caja de juguetes roída. Hasta que Bonnie, que hereda los muñecos de Andy cuando se va a la universidad, les dio una nueva oportunidad. Ahora, los juguetes deben aprender a convivir con un nuevo compañero, Forky, un tenedor-cuchara de plástico que la niña recicla como un juguete. Algo así como cuando, en la mañana de Reyes, los pequeños se quedan a jugar con la caja en lugar de con el cachivache.
Toy Story 4
En esta cuarta entrega, como en todas las aventuras de Pixar, siempre hay un «pack» para los niños -en forma de los «gags» de Forky- y otro para los mayores, aquí representados en el traspaso de poderes de Woody, la falta de identidad de Forky o el empoderamiento de Bo Peep. Porque, después de cuatro películas, el sheriff, otrora favorito de Andy y Bonnie, ha dado el relevo a su antaño enemigo, Buzz Lightyear, que aprende que su voz interior no es la caja de sonido que le da consejos al pulsar un botón. El vaquero vuelve a ser la voz de la autoridad y es capaz de enseñar a un tenedor que se creía basura la magia de ser el favorito de un niño.
Hay un amigo en mí
A todos ellos los ha protegido porque, como dice la canción, aunque muchos habrá más listos que él, ha sido un amigo fiel, y su cometido siempre ha sido cuidar del resto. Porque al final todos quieren lo mismo: que un niño juegue con ellos. Incluso una muñeca clásica rota, que en esta entrega hace las veces de villana, mientras la escolta un grupo tétrico de muñecos de ventrílocuo en una tienda de antigüedades.
Woody, que consiguió convertir a Tom Hanks en vaquero sin pisar el plató de un wéstern, cambia las fiestas nocturnas en la habitación y las aventuras en camiones de mudanzas por mofetas teledirigidas que siembran el pánico en coloridas ferias y juergas clandestinas en tiendas olvidadas. El sheriff que siempre tenía una serpiente en su bota, ese que lo solía saber todo, sufre los estragos del tiempo, se pierde y, en lugar de tender la mano, por fin experimenta lo que es recibir ayuda de una vieja amiga, la independiente Bo Peep y sus ovejas, que le enseña la única lección que el veterano vaquero no conocía: hay vida más allá de los niños, siempre que se tenga alguien con quien compartir otra aventura.
Porque con muelles o pelo, sombrero o bastón, estos juguetes llevan desde 1995 intentando llegar a ese infinito que está siempre más allá, aunque eso signifique toparse con el cristal de la ventana. Y esta cuarta entrega, quién sabe si la última, vuelve a llenar de nostalgia los corazones de los espectadores veteranos, y de luz y aventuras la mirada de los más pequeños.