“Es muy lindo que me comparen con Messi pero me gustaría que nos empiecen a conocer por nuestro nombre", Estefanía Banini
La Copa del Mundo femenil lleva menos de una semana desde su arranque y ya tenemos historias como la de Formiga, la veterana brasileña que se convirtió en la primera persona con siete mundiales disputados; la de Aldana Cometti, que perdió un diente con la Albiceleste pero que decidió quedarse en el campo para ayudar a conseguir el primer punto en la historia de esta selección tras 11 años de ausencia en la justa; la de las debutantes Chile, Jamaica, Sudáfrica y Escocia; así como el dato que arrojó la inauguración, seguida por casi 11 millones de espectadores en Francia. Pero es sobre todo en los prolegómenos del evento donde encontramos porque esta octava edición es la más trascendente hasta el momento y es la culminación de tantas batallas por la igualdad de género.
Empecemos con el caso de la Balón de Oro Ada Hegerberg. La mejor futbolista del mundo desde hace meses anunció que no disputaría el Mundial con Noruega ya que busca equidad en distintos aspectos. Con su ausencia, su mensaje sin duda se escucha más fuerte que nunca, pues ella renunció a representar a su país desde hace dos años a pesar del histórico acuerdo que realizó su Federación por pagos igualitarios para hombres y mujeres. Para ella es más importante ser mujer que ser la mejor. Por otro lado tenemos el caso de Argentina, donde gracias a la lucha de Macarena Sánchez se logró hace apenas unos meses la profesionalización de la rama femenil con contratos. En Sudáfrica a finales de mayo se anunció que las primas para ambos combinados serían las mismas, mientras que en Estados Unidos siguen discutiendo la posibilidad (quizá uno de los casos más sorprendentes, considerando que son las actuales campeonas del mundo). Las estrellas de nuestro vecino del norte desde el año pasado denunciaron a su federación por discriminación de género institucionalizada y su batalla continúa, pero son sin duda una de las selecciones más activistas al entrar en la conversación por los derechos LGBTI+ y por ser frontales ante la política de Donald Trump.
Estamos hablando de la primera Copa del Mundo femenil que se transmite en 135 países, donde las televisoras en Francia pagaron 10 millones en derechos en vez de los 850 mil euros que desembolsaron en 2015, a diferencia que en la primera edición en China 1991 los partidos solo fueron transmitidos en el país anfitrión. Los boletos para la inauguración, semifinales y final se acabaron en 48 horas y la FIFA duplicó el monto de premios y compensará a los clubes que presten jugadoras por primera vez, todo como parte de su plan para que en 2026 haya 60 millones de jugadoras en activo. La batalla es constante, hay avances, pero más que nunca se hace sentir. Aunado a que se disputa tras movimientos tan trascendentales como el #metoo o el #niunamenos y en un país sede que anunció recientemente un fondo de 120 millones de euros para ayudar a movimientos en defensa de los derechos de las mujeres en todo el mundo. En efecto, el eslogan de la FIFA para el torneo no podría ser más correcto: Dare to Shine¡Atrévete a soñar!. Una justa que va recibiendo el trato que se merece.