La ciencia sabe que un terremoto puede ocurrir en cualquier lugar y en cualquier momento. Aún así sabemos que existen zonas del mundo más propensas que otras a padecerlo. Por ejemplo, en el sur de California la probabilidad de que se sufra un terremoto de magnitud 7,5 o mayor en los próximos 30 años es del 38%. ¿Alivia algo conocer la fría estadística? No mucho, la verdad. Sobre todo porque no queremos saber ese dato. De nada sirve conocer la probabilidad a 30 años. Si en las próximas tres décadas va a ocurrir un terremoto eso quiere decir que puede ser mañana. Cuando reducimos la escala temporal, la estadística se vuelve inservible. ¿Va a haber un terremoto en España en los próximos 100 años? Sí. ¿Va a haber uno este año? Imposible saberlo.
Una predicción requeriría conocer algunos factores mínimos. Los técnicos buscan concentraciones extrañas de gas radón, cambios en la actividad electromagnética, micromovimientos imperceptibles precursores de movimientos mayores, deformidades milimétricas de la corteza de la Tierra, cambios geoquímicos en el agua profunda de los mares o extraños comportamientos animales. Lo que sea para poder entender el comportamiento de la bestia. Pero por ahora la bestia no da la cara.
Una de las fuentes de datos comúnmente utilizadas para conocer dónde, cuándo y cómo serán los terremotos futuros es el estudio de los seísmos pasados. Se trata de entender mejor cómo fueron los acontecidos en fechas pretéritas, qué efectos produjeron, en qué regiones se concentraron. Miran, en suma, al pasado para tratar de predecir el futuro. Sí, es cierto, la ciencia de los terremotos es incapaz hoy en día de prevenir con exactitud el próximo azote. Con el movimiento de la corteza terrestre las incertidumbres son hoy por hoy mucho mayores que con otros acontecimientos naturales como los climáticos o incluso con las erupciones volcánicas. Pero cada vez es mayor el cuerpo de evidencia que demuestra que los catálogos de sismos pasados y el estudio de las huellas de pretéritas catástrofes (lo que se entiende como paleosismología) son herramientas de interés para la anticipación de futuros casos.
Así las cosas, la publicación del último catálogo de terremotos en España puede entenderse como un acontecimiento en el mundo de nuestra sismología patria. El «Catálogo de los efectos geológicos de los terremotos en España», publicado por el Instituto Geológico y Minero de España (IGME), en colaboración con la Asociación Española para el Estudio del Cuaternario, demuestra que los cambios en el terreno, una fotografía antigua, la información de un cuadro en un museo, el estado de un edificio... pueden darnos información sobre un terremoto del que no teníamos noticia. La nueva obra recopila la información detallada sobre los efectos geológicos de los principales terremotos históricos en España, incluyendo los mapas de intensidades según la escala macrosísmica ESI07 y mapas de aceleraciones («shake maps»), para localizar las fallas que fueron la fuente sísmica de estos terremotos. Algunos de ellos eran desconocidos hasta ahora, ya que no aparecen en las crónicas históricas, como el de Complutum, que destruyó esta ciudad romana que hoy conocemos como Alcalá de Henares a mediados del siglo IV de nuestra era.
Este catálogo incluye terremotos obtenidos de fuentes paleosismológicas, arqueosismológicas e históricas, además de terremotos de eras preinstrumentales (antes de que existieran herramientas de medición sísmica) y supone una edición mejorada y ampliada, pues sus más de 800 páginas, contienen más del doble de información que la edición anterior. En ella se pueden consultar los datos de efectos geológicos de forma aséptica en fichas independientes o leer los artículos interpretativos de cada terremoto, para que los lectores puedan trabajar con los datos de forma independiente de la información procesada por los autores.
Lo más destacado de esta publicación es que recoge los mayores terremotos que han afectado a España desde aproximadamente el año 4000 antes de Cristo hasta la actualidad. Se pone especial énfasis en los 50 movimientos sísmicos más graves. Entre ellos aparecen los dos primeros de los que se tiene constancia: el de la Cueva del Toro de Antequera (Málaga) entre los años 4200 y 3700 antes de Cristo en lo que era una ocupación neolítica que quedó abruptamente interrumpida por derrumbes en el interior de la cueva y que tuvo una intensidad igual o superior a VIII y el de Tira del Lienzo en Totana (Murcia) alrededor del año 1550 antes de Cristo, un lugar en el que había un asentamiento de la Edad del Bronce y que igualmente tuvo una intensidad igual o superior a VIII.
Pero, ¿realmente sirve para algo echar la vista tan atrás? Los investigadores creen que sí. Según el informe ahora publicado, los datos arqueosismológicos que se pudieron registrar durante el terremoto de Lorca de 2011, constataron que las técnicas arqueosimológicas de análisis permiten identificar terremotos en edificios patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Muchos de los daños producidos en el patrimonio de Lorca por el terremoto del 2011 fueron daños reactivados ya generados durante el terremoto de 1674, indicando que fue la misma falla la que produjo un terremoto en el s. XVII, muy parecido al de 2011. Yacimientos arqueológicos como el de Baelo Claudia también han aportado información arqueosísmica, como las caídas orientadas de columnas, que han evidenciado terremotos en el s. II y III, en el último la ciudad romana fue abandonada.
Leyendo las pistas
Las huellas que dejaron esos terremotos pasados son pistas para entender cuán graves serán los futuros. Por su situación geológica, en el límite de dos importantes placas tectónicas, España es un país de riesgo. Y las zonas de mayor riesgo se concentran en el sur de la península y en la costa mediterránea. En el sur se han producido temblores muy graves. Hay constancia de ellos desde el siglo XII. En 1169, un temblor en la localidad jienense de Andújar provocó enormes daños. En 1356, un sismo que parte del Cabo San Vicente provocó destrozos en Sevilla y hasta la Alhambra se vio dañada por movimientos de las placas tectónicas. Aquello fue en 1431, unos 60 años antes de la reconquista de la ciudad por parte de los Reyes Católicos. Un terremoto de 6.7 de magnitud destrozó parte de la fortaleza.
Portugal y España han sufrido otros sismos históricos. ¿Quiere eso decir que sufrirán nuevos terremotos futuros? Sin duda lo harán. ¿Cuándo? La ciencia no está en condiciones todavía de responder a esa pregunta. ¿Dónde? Con más probabilidad que en otras regiones, en las zonas de sismicidad histórica más elevada. Precisamente las marcadas en el mapa que acompaña a estas líneas. El mapa del catálogo histórico y quién sabe si también futuro de la sismicidad española.