Mujer de pocas palabras, elegante y discreta a partes iguales, Amal Clooney alcanzó fama mundial por ser la pareja de la megaestrella George Clooney, con quien contrajo matrimonio en el año 2014 en la romántica ciudad de Venecia. Sin embargo, la abogada de origen libanés y especialista en Derecho también ha cosechado sus éxitos por su valía independientemente del nuevo apellido hollywoodiense que ha adoptado. El próximo martes aterrizará en Barcelona, donde será la encargada de dar una conferencia sobre la relación entre el mundo empresarial y la promoción de los Derechos Humanos a nivel internacional. En el marco del congreso Sap Ariba Live, la letrada será una de las principales voces que se escucharán la próxima semana en el Centro de Convenciones Internacional de Barcelona (CCIB). Es la segunda vez que es citada en la Ciudad Condal como especialista en Derecho, pero es la primera ocasión en la que asistirá sin el actor. Será un «viaje relámpago» a la capital catalana, para regresar luego a Londres, donde reside junto a Clooney desde hace cuatro años.
El nombre de Amal no solamente aparece vinculado a su pareja, sino que también figuró durante años asociado a uno de sus clientes, una de las figuras más polémicas en materia cibernética: el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, para quien trabajó hasta 2016. Junto al actor George Clooney, la abogada y profesora de Derecho creó la «Clooney Foundation for Justice», cuyo objetivo es «abogar por la justicia y promover la responsabilidad por los abusos de los Derechos Humanos en todo el mundo», según describe el organismo en su página de Internet. Entre sus tareas están las de contribuir a la integración a la comunidad de refugiados e inmigrantes.
Egresada de Oxford, Amal figura en la nómina de expertos del gobierno del Reino Unido sobre derecho internacional, ha sido nombrada «Joven Líder Global» por el Foro Económico Mundial y es miembro del Consejo Global de Derechos Humanos del foro. También es asesora de mujeres yazidíes que fueron esclavas sexuales de ISIS en Irak y Siria.
La mujer del actor será encargada de dar el discurso general de la sesión que tendrá lugar el próximo martes, el día de apertura del congreso, a partir de las 18 horas. Para poder asistir a escucharla hay que desembolsar una suma de 1.149 euros si la entrada se adquiere directamente en el Centro de Convenciones, y 849 euros, si se compra de manera anticipada. Además de los discursos de expertos y la posibilidad de hacer networking, el evento ofrecerá talleres especializados a sus asistentes.
Sin su marido
Se espera que la abogada asista sola a la cita, dado que el actor se quedará en casa con los niños para evitar la sobreexposición de los pequeños -los gemelos Alexander y Ella, dado el riesgoso trabajo de Amal vinculado con la confrontación del terrorismo.
No es la primera vez que la mujer del actor visita la Ciudad Condal como experta en Derecho: en 2017, poco antes de dar a luz a sus vástagos, la abogada fue invitada por la firma ADP para dar una conferencia en el hotel Arts de la Villa Olímpica sobre los derechos humanos en los negocios. Uno de los moderadores del evento había sido Nick Clooney, el padre del actor. Tras la cita, los tres cenaron en el restaurante Roofstop Smokehouse del Eixample, a pocos metros de la Plaza de España, acompañados de la madre del intérprete, Nina Bruce.
George y Amal Clooney - Ian Langsdon
Una doble de sí misma
Por ahí prospera a menudo que no hay galanes de los de antes, pero sí los hay, porque ahí está George Clooney, que tiene virilidad de cartelera un poco demodé y un encanto insólito de señor que embelesa a las señoras que viven la película de la vida en blanco y negro. Ahora está casado con Amal Alamuddin, una musa del derecho internacional, que tiene lámina de reparto de teleserie de guapísimos. Amal se firma ahora, para lo público, Amal Clooney, o sea, que debe prosperar muy enamorada. Pero es mujer independiente, y reivindicativa. Eso, más allá o más acá de ser la esposa de Clooney, su esposa soltera, diríamos, para su elogio.
Clooney jugó mucho a ejercer de solterón, y quizá no ha sido otra cosa, hasta llegar a Amal, aunque casó por el rito de la brevedad con la actriz Talia Balsam. La boda con Amal fue en Italia, y por capítulos, casi hasta el empalago. Ahí vimos lo que hemos visto desde siempre en Clooney, o casi siempre. Tiene de Cary Grant la hechura galante, y de los presumidos de siempre el pavor a quedarse calvo. Se hace verdad en él aquello de Charles Baudelaire: «El distinguido nunca sale de sí mismo». El nunca sale del mismo traje Armani, aunque lleve otro traje, o no lo lleve. Si ustedes se fijan, Clooney es la misma foto en los Oscar, y en Venecia, y hasta en un anuncio de El Corte Inglés. La ropa le imita. Da igual que se cambie, porque no cambia nada.
Yo creo que la clave o secreto de esta distinción, a prueba de escaparates, es su percha de galán de casanova de cóctel y su cabeza de postal de Hollywood, que ahora prestigian las canas de espejo. Cuando posa en algún estreno con Amal pareciera que son la pareja de la peli que se estrena, pero son un matrimonio de rutilantes carreras paralelas, que son carrerón.
Maduro Martini
Ella es una criatura de imán, y un látigo en sus empleos de despacho. Él es un maduro Martini antes de que existieran los anuncios de Martini, y aún antes de que él protagonizara alguno. Quiso ser jugador profesional de béisbol y algo del vaivén vacilón del caminar de deportista se apunta aún en él, cuando se hace la romería de solitario de la alfombra roja de los Oscars y otros premios. No le ha hecho ascos a su comparación o parecido con Cary Grant, y hasta se montó en su momento un reportaje inspirado en «Atrapa a un ladrón», sólo que sin Grace Kelly, sustituida por la modelo Gemma Ward, que es un monada, pero no es lo mismo. Yo arriesgaría que ha tenido más novias de foto que novias de las otras. Hoy es un señor casado, aunque él se mueve de soltero en su oficio, y ella también. Aquí en España se atrevió con posados junto a Isabel Preysler, y me contaron los que estuvieron en la movida que Clooney se mueve siempre con una profesionalidad de perfecto planchado. Ni descuidos, ni retrasos. Ni la antipatía propia de los ricos. O los guaperas. O ambas cosas. Será porque siempre lleva el mismo traje, cambiándolo a diario.
Por Ángel Antonio Herrera