Hoy quiero hablar de la tragedia de Europa, este noble continente, el hogar de todos los grandes progenitores del mundo occidental, el fundador de la fe y la ética cristianas, el origen de la mayor parte de la cultura, arte, filosofía y ciencia de los tiempos antiguos y modernos. Si Europa se uniese para compartir su herencia común, no habría límite para la felicidad, la prosperidad y la gloria que sus 400 millones de habitantes podrían disfrutar.
La frase anterior no es mía; carezco de tal aliento solemne. Se trata del arranque de un histórico discurso que Winston Churchill pronunció en la Universidad de Zúrich, el 19 de septiembre de 1946. A continuación, el viejo león lamentó «las espantosas peleas nacionalistas»...
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