En el Pórtico de la Gloria, cuya restauración ha merecido el premio Europa Nostra, el arte aprende a expresar la bondad, lo hace con una sonrisa, la de Daniel. Los cinceles cantan sobre las piedras. Buscan alabar a Dios y hallarán una sonrisa. Desbrozan cada bloque para averiguar la forma que esconde. El sonido se parece al de un coro catedralicio, propendiendo al cielo, consonante con las trompetas que anuncian la cumbre de un estilo, de un pensar, de un entendimiento, inmaculando el gozo humano en un deseo de eternidad.
Es XII de siglo, es Compostela y el Obradoiro es rumor de los labradores de piedras, doladores, tallistas, de los picapedreros de verbo propio, de los que hablan el latín de...
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