«Aquí pasou o que pasou», dijo Iglesas Corral, por entonces portavoz de la Coalición Popular, cuando Barreiro dejó a Fernández Albor en cueros parlamentarios y a tiro de moción de censura. El astuto político y prestigioso jurista remachó la sentencia: «E sabémolo todos». Corría noviembre del 1986 y a la zozobrante Xunta le acababa de hacer una vía de agua nada menos que su jefe de máquinas.
El diagnóstico del antiguo militante de la ORGA y fiscal general de la República vale para el 26-M. «Pasou o que pasou». O mejor: «Pasou o que tiña que pasar». ¿O es que alguien albergaba dudas acerca de la imposibilidad de ganar alcaldías con candidatos ajenos a los asuntos de interés general, defensores de propuestas disparatadas, incapaces de entender el terreno que pisan, asesorados por tontos de capirote, pertrechados con discursos del cuaternario y sin otro aval que su parasitaria trayectoria personal?
Galicia es un país muy pequeño. Y en sus 313 municipios, incluidos los siete de las llamadas grandes ciudades (que no son grandes, sino mayores), todos nos conocemos. Todos somos vecinos, todos somos parientes y todos sabemos de qué pie cojeamos y con qué mano caceamos. De modo que entre nosotros no cuelan trucos ni timos, ni disfraces de Entroido ni sermones de ocasión. En Compostela, como en La Coruña y en Ferrol, lo que pide el contribuyente es que la atención a las necesidades de su ciudad se preste por jerarquía de importancia: primero lo imprescindible, luego lo conveniente y al final, si sobra algo, la tramoya y el perifollo. Exactamente por ese orden.
En las horas siniestras del franquismo, las autoridades de La Coruña borraron del Registro Civil el nombre de Casares Quiroga, como las de Tenerife hicieron con el de Juan Negrín. Esas eran las principales, sino las únicas, ocupaciones municipales. Tantos años después y tanta agua corrida bajo los puentes, algunos alcaldes de Galicia aplicaron criterios idénticos: era más importante cambiar el nombre a las calles que bachearlas, limpiarlas e iluminarlas. Antepusieron el ruido a las nueces. Olvidaron que Galicia es un pueblo muy viejo y, por consiguiente, muy sabio. En consecuencia, «pasou o que pasou».