Mi madre decía que “uno nunca termina de conocer la gotera ajena“, y por más que se intente, sino se indaga en los problemas es imposible sacar un cálculo exacto de los sentimientos, pero eso no quiere decir que nuestro sexto sentido esté dormido, cuando alguien la pasa mal se siente en el aire y se palpa, sobretodo cuando sabemos que una buena persona se encuentra poseída por la desesperanza y la desesperación.
Lucho Suárez | lapatilla.com
No es para menos, nadie dijo que afrontar nuevos retos era sencillo, así como le pasó a Juan, a María, y a Pedro, le puede suceder a cualquiera, la crisis en Venezuela ha obligado a muchos a escapar hacia fronteras desconocidas en busca de éxito, prosperidad y sobre todo, futuro.
Las historias son muchas, el venezolano es triunfador, viene en la sangre de aquellos que nacen en esta tierra, pero una de las características que nos hacen gente, es el calor humano y la disposición de ayudar, así que de eso se trata esta historia, de apoyar, de tenderle una mano a un compañero de maletas, a un hermano de bandera.
Como todo cuento, esto comienza con dos protagonistas, ella se hace llamar “Rider White” en las redes, una criolla de corazón vinotinto que hace su vida en Chile.
De “él” no sabemos nombre, pero sí que comparte el dolor y la expectativa de muchos que decidieron partir, así que de momentos lo llamaremos “El repartidor”, ya que éste trabaja en una empresa de “delivery”, de acuerdo con lo que relata “ella”.
El encuentro se lleva a cabo en un ascensor, “Ella” no imaginaba lo que iba a suceder, pero se encontró con “el repartidor” en una situación compleja: La dama sintió que algo no estaba bien, y como toda una venezolana curiosa, decidió investigar la energía que en su entorno se sentía, la respuesta estaba frente a sus narices, en la cara del chamo, quien se veía visiblemente angustiado.
Sin pena alguna, “ella” decide preguntarle: ¿Sucede algo? ¿Cómo estás?
Las lágrimas comenzaron a brotar inmediatamente de los ojos de “El Repartidor”, quien sostenía su bicicleta y que además, estaba desabrigado, algo poco común en otoño por esos lares.
“Es padre de familia. Su esposa tiene una depresión mayor, no puede trabajar porque no han logrado inscribir a los nenes en el colegio porque no lo pueden pagar, tienen frío y mucha soledad“, confiesa “ella” en un tuit.
Su historia es parecida a la de otros venezolanos que comen las verdes a lo ancho y largo del planeta, pero su relato no debe pasar desapercibida: Él está reuniendo para llevarse a su madre y a su suegra, rescatarlas de la dictadura así sea en las condiciones en las que se encuentran en suelo chileno, para que ellas cuiden momentáneamente a los niños mientras que su mujer se recupera, produzca dinero y puedan bandearse ambos.
Entre las dudas y la voluntad, “Ella” optó por aconsejar al muchacho y darle herramientas para ir superando poco a poco el golpe y la adaptación: “Le expliqué lo duro que son los dos primeros años, pero que se sale adelante, le di indicaciones para atención médica gratuita y cuidados pediátricos“, dijo.
Posteriormente, la tierra y el corazón pudieron con la tensión del momento.
– “Espérame un momento aquí“, le pidió al joven.
“Ella” ingresó inmediatamente a una bodega cercana y compró cuatro abrigos, y una bolsa de juguetes.
Inmediatamente regresó a donde se encontraba él, y le entregó todo con una gran sonrisa. La reacción de “El repartidor” fue muy venezolana, le correspondió con un abrazo que ella calificó como “indescriptible”.
– “Le entregué todo, y el abrazo que me dio… ese abrazo indescriptible es lo que les quiero compartir. Sentí a mi país y esta enorme pena, pero también sentí esperanza, porque somos muchos, muchísimos y estamos pendientes.“, narró.
– “A mí muchas manos me ayudaron en su oportunidad, también hubo abrazos y llantos, finales felices y no tan felices, pero la vida continúa. Al que me lee y se siente desesperado, hable, por favor“, agregó.
Sus palabras y su historia deben incrementarse y multiplicarse en acciones que hagan país, en momentos en los cuales allá dónde se encuentre un compatriota se sienta ese calor de venezolanidad, ése que nos haga sentir verdaderamente dignos del gentilicio que ha sido llevado de generación en generación por nuestros ancestros.
Lee la historia completa en el siguiente hilo:
Hoy subí en el ascensor con un joven venezolano que trabaja en despacho a domicilio. Su cara angustiada, un día helado de otoño y él apenas cubierto y encima repartiendo en bicicleta. Le pregunté como estaba y no pudo contener las lágrimas…
— Rider White (@RiderWhite2015) May 21, 2019
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