Para Lluis Pasqual (Reus, Tarragona, 1951) la zarzuela es la banda sonora que tenía su infancia. Esa época que se piensa feliz. Él así lo cree. Fue feliz. Recuerda que su madre cantaba zarzuela (se llamaba Francisca y tenía una confitería, mire lo que son las cosas), que su padre era un incondicional del barítono Marcos Redondo y que los domingos por la mañana no se escuchaba otra cosa. Bendita infancia. «Cada uno tiene su música o sus músicas en su vida. Y la mía es ésta», dice. «No me atrevía a tocarla por pudor, por ser precisamente ese momento de la infancia feliz, porque la mía lo fue. No me atrevía..., hasta ahora». Hace unos años tuvo su bautismo en el género con un programa doble compuesto por «Chateau Margaux» y «La viejecita» (que de niño sabía de principio a fin) en el Teatro de la Zarzuela. Ahora regresa con «Doña Francisquita», de Amadeo Vives, a partir del martes al mismo coliseo que dirige Daniel Bianco, quien le ofreció hacerse cargo de la obra, un título popularísimo del que se podrán ver 15 funciones hasta el 2 de junio con varios repartos de envergadura: Sabina Puértolas, Ismael Jordi, Sonia de Munck, José Luis Sola, Ana Ibarra, María Rodríguez... Y Gonzalo de Castro, que actúa como narrador.
–¿Qué es y qué tiene «Doña Francisquita»?
–Es la zarzuela zarzuela, un obrón lleno de color y de melodías. Cuando estuve meses atrás en Argentina me preguntaban por mi trabajo futuro. Yo decía que tenía esta obra entre manos y acto seguido, y sin mediar palabra, la gente empezaba a cantar «Por el humo se sabe donde está el fuego...». Es tremendamente popular y archiconocida, larguísima, aunque también resulta ligera y liviana. A Olivier Díaz, el director de orquesta, le digo: «Cuidado que esto no es un Wagner» para que no se embale.
–Si hay algo que caracteriza a la zarzuela es la alegría.
–En la ópera siempre se muere alguien y en la zarzuela no. La gente llega al teatro con la cara contenta y sale más alegre todavía. Y en este caso más, con tanta intensidad. La zarzuela es alegría, que en estos tiempos resulta un bien escaso. No nos sintamos culpables de pasar tres horas estupendas. Todo lo contrario, disfrutémoslas.
–¿Necesita el género una trasfusión, savia nueva, un buen meneo...?
–Hay que limpiar el ojo del espectador. Y hacerlo con respeto.
–¿Y qué cambios, que los habrá, seguro, va a tener esta Francisquita?
–Se va a desarrollar en tres épocas que tienen que ver con un hecho íntimo: la primera transcurre en los años 30 durante la grabación de un disco de «Doña Francisquita»; la segunda estará en un plató de televisión en los 60, y la tercera ocurre ahora para dar respuesta a si se puede montar un espectáculo de estética contemporánea con la zarzuela.
–¿Y se puede?
–Claro. El género ha sufrido la misma desgracia que la copla y el flamenco, que se ligaron con el franquismo. Desde hace tiempo la zarzuela es una música que está en nuestro ADN y no creo que sea tan complicado recuperarla para un público de hoy. El problema fundamental que plantea es el de los libretos, aunque si nos ponemos así, fíjate lo lioso y complicado que es el de «Il Trovatore», y ahí está aunque no haya quien lo entienda, porque la verdad es que no tiene pies ni cabeza. ¿Y por qué se mantiene? Pues porque resiste la música. En la zarzuela el libreto está ligado al costumbrismo, que en el teatro desapareció, evolucionó hacia otro lado. Y hoy sucede que el espectador no sabe cómo enfrentarse a él y los que estamos dentro, cómo tratarlo. Y hay que modificarlo.
–A veces se hacían en poquísimo tiempo.
–En 24 horas, a la carrera, y no hay por donde cogerlos...
–Ya sabe lo reacio que es el público, que pone el grito en el cielo cuando se toca una coma...
–Bueno, ya no lo es tanto, eso forma parte del pasado. Es un cuento que se ha convertido en leyenda, como cuando te preguntan por la relación con el director de orquesta. Yo siempre digo: ninguna. La palabra zarzuela te llevaba tiempo atrás a un mundo de polvo y telarañas, pero llevamos ya un tiempo soplando para quitarlas. Hoy los jóvenes están empezando a escucharla y, aunque les cueste reconocerlo, les gusta.
–¿Existe mucha diferencia entre dirigir ópera y zarzuela?
–No es distinto. Yo dirijo con la misma intensidad y la misma energía y en ambos casos con la partitura en la mano.
Las voces con las que ha contado Pasqual en esta producción son de primer nivel: «Muchísimos grandes que antes solo grababan ahora vienen al escenario a cantar zarzuela. Y debemos bastante a gente como Teresa Berganza o Pilar Lorengar, a sus clases y a la buena labor que han ejercido. Esos cantantes poseen una dicción perfecta y eso es complicado. Es estupendo para el género», explica Pasqual. Se muestra satisfecho con el primer ensayo, que fue el pasado martes. El primero con orquesta. ¿Pero fue bien o no? «Digamos que fue el caos que debía ser, una experiencia agradable y traumática al mismo tiempo como lo son todos los primeros encuentros», comenta entre risas.
Tiempo atrás dijo que «al teatro le sobraba política». ¿Solo al teatro? «Visto lo visto en los días de la campaña electoral, le sobra política a nuestra vida diaria. Le sobra a todo. Yo me pregunto qué importancia tendrá que tal o cual político haya ido a un concierto o a otro. Y eso que el teatro es un hecho político. Hablo de ese politiqueo que todo lo inunda. El teatro es un oficio en el que intentamos recoger lo deseos del público», contesta. Días atrás un estudio daba un aprobado raspado en España a la cultura, un cinco pelado por parte de los agentes del sector: «Y ya me parece alto. No sé si de verdad interesa a los que mandan, pero en los debates no ha salido la palabra cultura. Ni caso le han hecho».
–¿Somos personas a pantallas atadas?
–Vivimos con ellas constantemente, como si fuera un sarampión. Estamos pendientes de mirarlas. Nuestra vida tiene ya forma de pantalla. Lo bueno del teatro y de la zarzuela es que no te los puedes bajar. Espero que el público que venga a ver «Doña Francisquita» ponga el móvil en modo avión.
–¿Cuando mira a Cataluña, su tierra, qué ve?
–Un lío enorme, muy grande. Veo una sociedad dividida, sin duda, y me provoca una gran tristeza porque nunca fue un país dividido y ha sido la política la que ha generado esa división. Yo creo que es necesario llegar a un encuentro. Y hacerlo lo antes posible.
–Su dimisión de la dirección del Lliure por una acusación que no se pudo probar, ¿le dejó solo o se sintió bien acompañado?
–Ambas cosas, estuve solo y acompañado. Es duro tener que tomar una decisión así. La gente del teatro no podemos permitirnos la nostalgia, es el enemigo, junto con el aburrimiento. Te diré que en ese momento todo lo malo se me pasaba cuando iba a ensayar, desaparecía la tristeza, lo negro. Y con el tiempo y después de todo eso ha seguido la vida. Mi vida real ocurre en una sala de ensayos. La calle me es extraña. La sala posee un líquido amniótico especial en el que me siento bastante a gusto, realmente bien. Lo que pasó me ha dado que pensar, pero tampoco tuve que acudir al psiquiatra. Ha sido una etapa más, ahora lo veo así. Y vuelvo a Barcelona, a sus teatros, a ver sus espectáculos. Todo sigue.
–¿Y cómo va el proyecto teatral que tiene en Málaga con Antonio Banderas, el Soho?
–Me incorporaré en octubre. Y lo voy siguiendo por teléfono. Va cogiendo forma poco a poco, pero aún tenemos a los albañiles en casa.
–¿Están en plazos?
–Se van cumpliendo.