Visto ahora que ya no está, reflexiono con enorme tristeza y estoy segura que Alfredo Pérez Rubalcaba ha sido un político necesario en estos 40 años de democracia.
Alfredo fue un socialista de altura que, sin perder su condición de tal, fue capaz de acercarse a sus rivales, fraguó pactos y complicidades y se enfrentó al mismo tiempo, justo lo que constituye la esencia del ser y el estar en democracia.
Se sentía particularmente satisfecho de su etapa al frente del Ministerio de Educación, tal vez por lo que representa para la convivencia, y siempre recordaremos su gran y decisiva contribución para acabar con la banda terrorista ETA.
Combinaba la discreción y la sencillez personal con la brillantez política producto de haber sido siempre un dirigente de uso constante de la inteligencia, la ironía y la profundidad.
El compañero Rubalcaba aunaba también dos registros imprescindibles: su condición de militante de un partido, el PSOE, y la altura institucional en la tarea de Gobierno. Él tenía claro que se está en un cargo para servir a la ciudadanía. Dedicó su vida con gran pasión a la política que para él era parte constitutiva de su propia naturaleza.
Le vamos a echar en falta en nuestra familia socialista y sabemos que más allá de esta, también estará en la memoria de mucha gente.
