Sevilla palpita. Se huele el ambiente. El pre y el post. El “Taquilla” es sin duda un buen termómetro de cómo va la cosa. Lo deben saber en caja. Pero sólo por el volumen de gente que hay alrededor ya te haces una idea de si estamos ante un día grande o de perfil medio. Ayer se notaba la cosa más baja, menos caras, los feriantes allá en el albero de martes de farolillos, las casetas a reventar, Sevilla da para mucho, y para todos. Se lidiaba la corrida de El Pilar, que también fue una escalera, como viene siendo habitual, como está el campo, y así los tiempos. Tres toreros en el cartel de los que tienen que ganarse el hoy y el mañana. De los que se espera, de los que igual no conoce la masa, pero sí la afición. Fue justo a Álvaro Lorenzo a quien negaron una oreja. Y qué cosas, porque fue la única vez en toda la tarde que estuvimos cerca de ella. No volvió a ocurrir. Ni remoto. En esta ocasión era el segundo toro de la tarde. Un pinchazo precedía a un estocada de las que no te ha dado tiempo a contar a tres y el toro ha rodado como una pelota. Hubo en la labor una parte de tanteo y superada esta vino lo mejor, el toreo que con los vuelos sometió al toro por abajo. Lo tenía el animal, que fue noble, humillador y con calidad. Y sí, que cuando la faena estaba liquidada, decidió rajarse. Y entonces, cuando Álvaro Lorenzo se había encontrado por ambos pitones con él rompiendo al toro por abajo y cantó querer irse resolvió bien con un circular y un par de adornos. Pero el presidente negó, igual que el otro día otro se la dio a El Juli con menos petición. Esas cosas. Nobleza, entrega y sosería tuvo el quinto. De menos a más la faena, en la que fue ganando acople con el toro, pero sin que aquello llegara a macerarse.