MIAMI, Estados Unidos.- Cuando procesos históricos empiezan a adquirir una semblanza con parodias es tiempo para una reflexión seria. Cuando hablamos de intentos de promover revoluciones de liberación que contienen un costo de vidas, de oportunidades perdidas y terminan en quimeras, es tiempo entonces para una rectificación magnánima de la fórmula de acción. Venezuela y los sucesos en curso son un caso en punto. Uno pensaría que la brecha corta de las 47 horas de libertad que vivió la patria de Bolívar el 11 de abril de 2002, y que se frustró con la reinserción despótica del castrochavismo, hubiera servido de lección. Parece que el germen del error no se ha logrado desenraizar.
¿Dónde radica la culpa integral para explicar el fiasco de Operación Libertad? Hasta el momento, la verdad es compleja y parece estar aún escondida en el misterio de la lectura que se le dé. Basta, sin embargo, con citar una serie de insensateces que han surgido a la superficie de lo ocurrido y que son inadmisibles en los anales de derrotar a un enemigo despiadado y liberar un país. Empecemos con los estadounidenses. La información o desinformación diseminada públicamente por algunos altos oficiales de la administración Trump, explicando los hechos transcurridos, parece pertenecer a la pantalla del cine y de una mala película. Aquí algunos ejemplos.
El Ministro de Estado norteamericano, Mike Pompeo, dijo que el dictador Maduro iba a abordar un avión para dejar el poder, pero fue convencido por los rusos (luego incluyeron a los castristas) de que debía quedarse. Elliott Abrams, el asesor especial encargado de Venezuela, aludió de que los EE.UU. estuvo en contacto con altos oficiales de la dictadura venezolana y que éstos, en los momentos precisos de la acción, dejaron de atender sus móviles. Los otros días en Miami, el Asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, ofreció lo que parecía ser la racionalización primaria para explicar las acciones económicas y legales (tentativas) tomadas por la administración norteamericana contra la dictadura cubana. La injerencia castrista en Venezuela y Nicaragua fueron señalas como la razón principal para apretar a La Habana. Esto es un poco desconcertante, ya que las razones para querer ver el fin del comunismo en Cuba preceden, por un buen trecho, la llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela.
La oposición organizada venezolana, no la masa popular y espontanea sino la élite dirigente (con raras excepciones), tiene gran responsabilidad por el fiasco. La brújula para indicar dónde está el problema y de qué está constituido parece haberse perdido (si es que la tuvieron en algún momento). Referencias constantes de adhesión y respeto a “nuestra constitución” es un fenómeno perplejo y preocupante. La constitución chavista es el instrumento de la legalidad dictatorial. Si en ella creen y la reconocen como válida, sería lógico concluir que, o se consideran parte de la maquinaria estructural o piensan que lo que hay en Venezuela no es una dictadura. No se puede defender e insistir en regir un movimiento de liberación por la carta magna de una tiranía, llamarlos tiranos y pretender ser moralmente coherente. Sin una visión clara del objetivo no se llega a ninguna parte. ¿Abolir el sistema? o ¿con quitar a Maduro basta?
Barrabasadas han abundado. Aquí algunos ejemplos. El presidente interino Juan Guaidó va a la base militar de La Carlota e insiste que la gesta es y será no-violenta. Este es un incentivo pésimo para estimular a oficiales a que se alcen con el arma del pacifismo, mientras los adversarios poseen equipos bélicos pesados y están dispuestos a usarlos. Mahatma Gandhi se enfrentó a una democracia. Los comunistas cubanos y venezolanos no le van a exhibir a Guaidó la misma cortesía que los británicos le extendieron al pacifista indio. Julio Borges, exlíder de la Asamblea Nacional, demostró una miopía política garrafal al aludir que, tras una caída de Maduro, Venezuela podría preservar las relaciones con Rusia y China. Otro ejemplo es, por un lado, la dirigencia de la oposición venezolana pidiéndole al pueblo que salga y se mantenga en la calle, pero a la vez, Leopoldo López, la segunda figura visible en la Operación Libertad, salta de embajada a embajada buscando una cómoda protección en medio de una rebelión.
Lo peor y más descabellado de todos los pronunciamientos y las acciones en este episodio, digno de un guion para Cantinflas o Marty Python, ha sido un pronunciamiento del presidente Donald Trump. Nada menos que la víspera de la implementación total de la Ley Libertad, el presidente estadounidense dijo en una entrevista que podría haber para el castrocomunismo una “nueva apertura” si le retira su apoyo a Maduro. Esta aberración encabeza a todas las otras. Confiemos que esto haya sido un desliz verbal y no uno moral.
Los cubanos estamos agradecidos a la nación de Lincoln por el hospedaje, reconocemos su aporte innegable a la libertad en el mundo y generalmente apoyamos abrumadoramente a Trump, sin embargo, nos sobra la memoria para enumerar traiciones, embarques y malas jugadas que hemos padecido por diferentes administraciones. Aquí algunas de ellas: Kennedy (Bahía de Cochinos y Pacto Kennedy/Kruschev); Johnson (suspensión de operativos de apoyo de la inteligencia secretos); Nixon (Plan Torriente); Ford (acceso castrista a comercio indirecto con EE.UU.); Carter (DDHH selectivos); Clinton (Título III, Helms-Burton); Bush II (no aplicar Título III); Obama (relaciones sin condiciones), etc.
La guerra de liberación contra el comunismo en nuestro continente seguirá mientras exista la voluntad de resistir y perseverar, y verá mejores días, con el favor de Dios. Vendría muy bien si, antes de aplicar la receta, se entiende bien al enemigo y su naturaleza. Eso ahorraría depósitos de esperanza, fortalecería la credibilidad de los luchadores, incrementaría las filas de estos y salvaría vidas a la larga. Mucho se podrá decir, a favor o en contra, del General Augusto Pinochet. Lo que sí es indiscutible es que supo ejecutar las medidas necesarias para liberar a Chile del comunismo. ¡Ojalá que los demócratas del mundo tomen nota!