La hora más negra de la Guerra Fría, el grave enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética –nombre que recibía el imperio comunista encabezado por Rusia- se dio en octubre de 1962 en América. El choque entre Rusia y Estados Unidos vuelve a darse hoy es tierras hispanas y, aunque todavía no tiene la gravedad de entonces, puede volver a tenerla.
La de 1962 fue la Crisis de los Misiles en Cuba, cuando estuvo a punto de desatarse una guerra nuclear porque Washington descubrió que Moscú había instalado en Cuba misiles con cabezas nucleares apuntando al territorio norteamericano. La firmeza norteamericana en la mejor hora de la Presidencia de John F. Kennedy dio una gran victoria al Occidente libre. En esta hora, las cosas son muy diferentes porque ciertamente no parece que estemos al borde de un Armagedón de origen nuclear, pero Rusia ha demostrado una vez más que es una potencia que intenta imponerse en el hemisferio norteamericano. No para someter a esos países a un sistema comunista, es cierto. Pero sí sostiene los comunismos decrépitos porque son los únicos aliados que encuentra en el Nuevo Mundo el presidente Vladimir Putin.
Rusia es la gran potencia que mantiene hoy a Cuba, Venezuela, y Nicaragua entre otros. Ya no le interesa la conquista ideológica. Le interesa la imposición de sus intereses comerciales. Y eso puede hacerlo con dictaduras mucho mejor que con democracias. Porque Rusia nunca ha defendido la expansión de la libertad de elección y no va a empezar a hacerlo en la Venezuela de Maduro. Esta semana pudo darse un gran paso en dirección a la libertad, pero Moscú tenía su propio peón, el ministro de Defensa que no por casualidad se llama como Putin, Vladimir (Padrino), y tampoco ese nombre propio es muy común en el país hermano.
La Rusia de Putin sabe que su forma de imponerse en Occidente no es con las armas sino laminando nuestra democracia. En los últimos años hemos visto su intento más fructífero en Estados Unidos donde ha ocurrido algo inverosímil. Tras la victoria de Donald Trump, un presidente que con sus actos está demostrando ser un firme oponente a Putin, se ha intentado construir una ficción según la cual se ha desacreditado al inquilino de la Casa Blanca presentándolo como un amigo de Moscú y a su rival electoral como una enemiga. Casi todos los medios occidentales han comprado el producto. La intoxicación tiene su origen en el Club de Debate Valda
i, un centro de desinformación y «fake news» hábilmente empleado por Moscú al que se invita a periodistas y académicos occidentales. Fue creado en 2004 y desde entonces, cada año asiste a sus conferencias el propio Putin, que supuestamente se somete a las preguntas de los participantes de forma distendida. En ese círculo se dejó caer por primera vez en la reunión de 2016 que había habido una reunión entre la campaña de Trump y el presidente del Consejo Ruso de Asuntos Internacionales, Igor Ivanov, que fue ministro de Exteriores entre 1998 y 2004. A esta intoxicación siguieron otras también exitosas.
Rusia libra hoy la batalla contra Occidente en el campo de la opinión pública y, sorprendentemente, está ganando esta nueva Guerra Fría porque su desinformación está siendo comprada por nuestros medios y nuestra clase dirigente sin pestañear.