El mayor activo electoral del PSOE, lo que explica su victoria en las generales en Galicia, es la irrupción de Vox en el tablero político. Su aparición en escena y, sobre todo, el manejo que de ella han hecho el resto de fuerzas. La irrupción de Vox movilizó a la izquierda, la irrupción de Vox permitió a Sánchez concentrar el voto del miedo, la irrupción de Vox expulsó del bloque de la derecha a los votantes más centristas y la irrupción de Vox penalizó al centroderecha en el reparto de escaños. La combinación de estos cuatro factores explica el insólito, y quizás efímero, nuevo escenario político que dibujaron las urnas la semana pasada. Efímero porque la foto final de este proceso electoral, el próximo día 26 en las municipales, puede ser distinta. Sobre todo en Galicia, donde el PP ha demostrado una mayor capacidad de resistencia. En todo caso, no conviene obviar las conclusiones provisionales que pueden extraerse de los resultados del domingo.
Uno. La versión 2.0 de la campaña del dóberman funcionó. Vox no solo no atrajo nuevos votantes al bloque de la derecha, sino que sumó papeletas al bando opuesto. En un país sociológicamente escorado a babor, la apelación al miedo a la ultraderecha ha movilizado al electorado de la izquierda. Al cierre de los colegios electorales en Galicia había en las urnas 85.000 votos más que en 2016 y no parece arriesgado deducir que la inmensa mayoría eran del Partido Socialista. El arriolismo tenía razón. El centroderecha pierde cuando extrema su discurso porque facilita que el PSOE capitalice el voto del miedo.
Dos. El rechazo a Vox unió a la izquierda. El sanchismo se convirtió en primera fuerza en Galicia porque una parte de la izquierda que había desertado del socialismo votó ahora otra vez al PSOE para frenar al partido de Abascal. El PSdeG sumó 176.000 votos más que en 2016. Es fácil echar las cuentas a grosso modo. Rescató a unos 80.000-85.000 ciudadanos de la abstención e incluso pudo atraer a algún votante moderado del centroderecha, pero, además, captó a otros 90.000 votantes que hace tres años habían apostado por el rupturismo. Las marcas populistas en conjunto perdieron un 27% de los apoyos que obtuvieron hace tres años. Esos votos se fueron al PSdeG. Quizás ese trasvase sea solo coyuntural, pero lo cierto es que al menos en estas elecciones la apelación al voto útil funcionó en la izquierda.
Tres. Vox no suma, divide a la derecha. El partido de Abascal sumó 86.000 papeletas, pero el bloque de la derecha perdió en conjunto 71.000 votos. Ese discurso no solo movilizó el voto de la izquierda, también expulsó a votantes centristas. El PP reunió el domingo 203.000 votos menos que en 2016. Sí, unos 133.000 se fugaron a Vox (86.000) y Ciudadanos (47.000 nuevos votantes) pero otros 70.000 adicionales han desaparecido de la ecuación. Vox no sumó nuevos votos al bloque de la derecha, los restó.
Y cuatro. La fragmentación del centroderecha condena a este espacio político a la derrota. Vox y Ciudadanos sumaron 29.000 votos en Lugo y otros 30.000 votos en Ourense que no se tradujeron en escaño. Votos perdidos. E idéntica conclusión si se amplía el foco. El partido de Abascal obtuvo alrededor del 5 por ciento en todas las provincias gallegas. Todos esos votos se escurrieron por el sumidero de la ley electoral.
Estos cuatro factores explican la derrota del PP y la victoria de Sánchez. El análisis sirve para toda España, aunque con matices. Porque Galicia sigue siendo la «aldea gala». Aquí la irrupción de Vox ha tenido menor impacto. El PPdeG resiste mejor. La marca gallega sumó 10 puntos y medio más que la nacional. Los populares ganaron en 4 provincias en toda España y dos de ellas son gallegas. Feijóo ha sido, otra vez, el mejor dique de contención frente a la fragmentación del centroderecha. Su discurso de amplio espectro, desde la socialdemocracia al liberalismo, funciona mejor en una sociedad como esta que el relato, más esencialista, que planteó Génova. España aún no es Estados Unidos ni tiene su cultura política. Y para ganar elecciones hay que saber en qué país se vive y adaptarse a la sociedad.
En todo caso, todas las conclusiones son provisionales. La foto final de este proceso electoral, la que se tomará el 26-M, puede ser muy distinta a la del 28-A. Las municipales son otra cosa. Primero, porque se vota en clave distinta. El debate gira hacia cuestiones más próximas al ciudadano y Cs y Vox no andan precisamente sobrados de programa, sobre todo de propuestas orientadas a esta comunidad. Y segundo, porque la falta de imbricación de estas dos organizaciones en la sociedad gallega provoca que estas formaciones ni siquiera se presenten en un número significativo de concellos. Todo ello deja un escenario muy abierto. El viernes comienza la segunda parte del partido.