recuerdo que en el año capicúa 2002 visitamos Segovia. La ciudad del majestuoso acueducto. Fuimos entonces a una de las casas donde vivió nadie menos que Antonio Machado.
Nos sorprendió de pronto una afirmación de quien nos guiaba en aquel recinto: “porque Antonio Machado jamás tuvo casa propia”.
Me pareció increíble y pensé que a Valle-Inclán le llegó el regalo de una casa de campo cuando ya se había muerto.
El segundo dato curioso fue que nos topamos con el adjetivo que, por adaptación analógica, aparecía en una carta que Antonio Machado había enviado a José Bergamín: impeorables, condiciones impeorables.
Era un doloroso neologismo con el que el poeta describía su penosa travesía hacia Francia.
El tercer pasmo de nuestra visita fue la mostración de un vetusto billete de tren de segunda o tercera clase:”porque Antonio Machado nunca viajó en primera clase.
Eso sí siempre “ligero de equipaje””. Nos dijeron.
Fue muy triste para nosotros conocer la terrible realidad de un gran escritor arruinado y en desgracia.
En el gabán de Antonio, cuando el poeta ya había muerto, uno de sus hermanos encontró aquellos últimos versos: “estos días azules y este sol de la infancia”. Tres de Antonio Machado. Cuatro pues.
