Mientras ardía Notre Dame, el Madrid visitaba Butarque. Un partido sin alicientes, en Semana Santa, en plenas elecciones, en lunes, y para colmo con un hito de la civilización cayendo. La humanidad sollozaba y el Madrid hacía estiramientos.
Siempre que algo así pasa en el mundo hay partido del Madrid. El 11-S le pilló jugando en Roma.
No estaba Bale en el once y Zidane insistía con Valverde. Le gustaba a Solari y parece que a el le hace tilín. Su zancada al menos es algo vivo.
Solo el once del Madrid ya producía sopor. Su simple repetición no sugería una idea de fútbol sino un suplicio de escaqueos, pegapases y nihilismo balompédico.
La primera parte fue, en efecto, casi insoportable. El Madrid estuvo más o menos bien donde las cosas no importan, es decir, en Casemiro y Valverde y porque la presión sobre ellos no era agobiante. En su área estuvo contemplativo y en la del rival estuvo irrelevante.
Tuvo una buena ocasión de Asensio al principio y otra de Varane en el minuto 44 a balón parado. Entre medias, nada. Poquísimo. En la zona de la mediapunta, donde las cosas se generan (este Madrid no es generador sino degenerativo), había posturas, merodeos, intenciones, pasecitos insulsos. Triste Modric, incompresible Isco. Asensio hacía su diagonal con disparo desde la derecha pero parecía algo mecánico y mediocre. Benzema danzaba tropezando en el momento definitivo de irse de alguien.
Porque ese es el asunto. El Madrid estaba como estuvo cuando apareció Vinicius. Son jugadores sin desequilibrio. Uno que se fuera por velocidad sería la revolución, otro que regatease ya sería el acabose.
El Leganés esperaba con su 5-3-2 y las carreras solitarias de Braithwaite arriba, pero con tan poco ya hacía tanto como el Madrid. En el 14 pudo marcar con un balón que quedó suelto en el área. Pasividad en el Madrid, en su portero y en sus centrales. Braithwaite falló garrafalmente.
No es que el Madrid jugase mal, es que incluso costaba saber a qué jugaba. Esa es una duda que se está proyectando sobre el equipo del año que viene. ¿A qué aspira Zidane? ¿Qué fútbol tiene en la cabeza? ¿Con qué sueña?
El Leganés protestó un penalti, pero hay que dudar cuando los jugadores caen como posando para una foto de Robert Capa.
Después de media hora de no se sabe qué, Varane tuvo una ocasión a la que el Leganés contestó con su gol. Minuto 45. Mecanismo simple: balón al área; ganan la primera, ganan la segunda, y llega Silva rematando. Inútil, aunque plástica, la estirada de Keylor.
Cualquier equipo cuelga un balón en el área del Madrid y ese balón puede prosperar allí. En el área blanca se dan todas las condiciones para que surja la vida biológica. Echas una pelota y cría. La defensa es menos contundente que Maroto en las “Guerras Culturales”.
Había sido otra primera parte inenarrable del Madrid (algo literalmente difícil de contar, una gran dificultad periodística).
Pero este Madrid no solo es cansino, además es previsible. Previsible también en lo bueno. Efectivamente, tras el descanso la vergüenza torera adoptó el rostro de superhéroe de Benzema, que empató tras una gran acción de Modric. Está siendo así gran parte de año, especialmente desde que llegó Zidane. Benzema como Batman de la mediocridad, remontador de partidos olvidables, goleador de los bajos fondos ligueros. El mismo aficionado que se agarra al “benzemismo” luego se pasa la semana viendo vídeos de Joao Felix o Jovic.
El Madrid mejoró un poco porque empezó a pisar las bandas. Subieron los bravos laterales, pues siempre que atacan los laterales parecen bravos. Y aunque muchas de esas subidas terminaban con pases al área un poco aleatorios (“areatorios”), el Madrid transmitía más presencia de ánimo. El Leganés respondía con Cuéllar y la solidez de Siovas.
Se fueron Isco y Asensio (mejor el segundo que el primero) dando paso a Lucas y Bale. Animaron con su velocidad una contra que acabó en ocasión de Marcelo previa delicatessen de Benzema, pero en realidad se intuía más peligro en los contragolpes de En-Nesyri. El Lega actual es demasiado serio para un Madrid tan poco creativo, así que el empate resultó más que justo. Pitó el árbitro y Marcelo se puso de rodillas y dio gracias al Altísimo. Imaginen lo que hicimos los demás.
