Es más fácil encontrar un pingüino en las playas de Acapulco que localizar a un banquero que esté dispuesto a criticar on the record al Presidente López Obrador. Los banqueros son muy institucionales, pero también pragmáticos. Más les vale: es un sector que es intensivo en relaciones con Gobierno. Representan un negocio multimillonario que depende tanto del mercado como de las decisiones de las autoridades. No se pueden dar el lujo de confrontarse abiertamente, tampoco el de no entender en qué dirección sopla el viento.
Con las grabadoras apagadas, los banqueros expresan su temor en temas como la regulación de comisiones y el efecto que podrían tener algunas de las decisiones del nuevo Gobierno en el clima de negocios. El aeropuerto, el sector energético y el nuevo escenario laboral-sindical son temas a los que aluden para ilustrar sus preocupaciones, además de la libertad de los legisladores para hacer propuestas que podrían cambiar las reglas del sector financiero.
Entienden que las cosas han cambiado. On the record se muestran casi optimistas. Off the record se les nota más bien resignados. Saben que hay muchas cosas en las que hay que dar vuelta a la página, pero argumentan que no se puede tapar el sol con un dedo. Utilizan la palabra incertidumbre, una y otra vez. Les preocupa también la capacidad de implementación de los planes. Preguntan, aunque creen que saben la respuesta: ¿hay capacidad para ejecutar los grandes planes, sin desbordar los presupuestos? Nota al margen: los banqueros son tan institucionales que son respetuosos, hasta cuando hacen críticas al Gobierno.
En grabadora y off the record, los banqueros se permiten hacer autocrítica: reconocen que han quedado a deber en temas como inclusión financiera y atención a regiones marginadas. Saben que son vulnerables en el asunto de las comisiones, porque tienen una asignatura pendiente en la comunicación con la sociedad y con sus propios clientes. Quieren enfatizar que hay un buen diálogo con el Gobierno, para atender la agenda que AMLO ha puesto: primero los pobres y, también, para avanzar en los temas que el sector financiero está poniendo en la mesa.
Se expresan en términos elogiosos de los funcionarios de la Secretaría de Hacienda y los órganos reguladores, el secretario Carlos Urzúa y algunos altos mandos de Hacienda, Juan Carlos Graf y Carlos Noriega, además del presidente de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, Adalberto Palma. Mención aparte merece el subsecretario Arturo Herrera. Es su puente con la 4T. Lo definen como brillante y abierto al diálogo.
Han pasado 54 semanas desde que se celebró la Convención del año anterior, el 8 y 9 de marzo del 2018. En la superficie todo es igual, pero no podría ser más diferente. En más de un sentido, estos cambios se expresan en la dirigencia de la Asociación de Bancos de México. El sexenio pasado, la figura de referencia en la ABM era Luis Robles, de BBVA Bancomer, cercanísimo a Luis Videgaray Caso.
Hoy tenemos a Luis Niño de Rivera, vicepresidente de Banco Azteca, un hombre que está en sintonía con la visión del nuevo Gobierno.
Vienen cambios que eran impensables hace seis o 12 años: regulación diferenciada y compromiso de atender a grupos y regiones pobres. “Una visión al futuro” es el título de la Convención. Más que apropiado: es más fácil encontrar un oso polar en la piscina que a un banquero dispuesto a hablar de cómo aplaudían a Peña y Videgaray.