Soy una mujer que, a Dios gracias, sigue rebelándose ante las injusticias, afecten a hombres o a mujeres, y reconozco que, aunque se ha avanzado mucho desde ese 8 de Marzo en el que 146 mujeres murieron en el incendio de una fábrica textil en Nueva York mientras protestaban por sus míseros salarios, aún queda mucho camino por recorrer para que una mujer sea reconocida igual de valiosa que un hombre. Ya desde niña apuntaba yo a feminista, y no se asombren, que bien enfocado y sin esas gafas ideológicas que todo lo distorsionan, no es algo negativo. Por eso, y para darme gusto, mi hermano Alberto me regaló, cuando yo tendría unos 15 años, una figura de Mafalda con una frase que decía: «Las chicas son más inteligentes que los chicos». Pocas cosas materiales conservo de él, pero esa estatuilla reivindicativa la guardo como un tesoro, porque confirma que mi hermano había entendido mi rebeldía y la respetaba. Aún recuerdo mi perplejidad de adolescente ante una portada de ABC en la que se anunciaba la despenalización del adulterio, que castigaba a la mujer casada que yacía con un varón que no fuera su marido. Era 1978 cuando a la mujer se la consideraba una eterna menor de edad que necesitaba la tutela de un hombre para las cosas de importancia. También me costaba entender entonces cosas menores como que muchas mujeres a la hora de las comidas se levantasen a menudo a la cocina, mientras los hombres se sentaban a mesa y mantel. Me chocaba esa frase de «Ese niño está llorando» dicha por el padre, como si la criatura no fuese suya y solo le correspondiera cogerlo y callarlo a la madre. Tampoco entendía que solo las madres diesen los biberones en público y llevasen los cochecitos de bebé, quizás se consideraba poco masculino. Y me sorprendía el hecho de que cuidar a los enfermos fuese tarea de ellas, como si las mujeres fueran enfermeras en potencia. Todo ello muy respetable, hecho desde el cariño pero no como única opción. Pero no quiero hablar del pasado sino del futuro, donde espero que exista la igualdad real, ganada por las mujeres a pulso, con su valor, su trabajo y su inteligencia y no entrando en este circo ideológico donde los derechos de las mujeres son secuestrados por los partidos, asociaciones y simpatizantes de la izquierda, dando por sentado que la mujer es asunto suyo. ¿Pero qué desfachatez es esa? ¿Quién le ha dicho a toda esta gente que el feminismo les pertenece? Primero les voy a decir que lo que hacen en muchos casos es pisotear los derechos de las mujeres, ignorando sus voluntades y sus pensamientos al querer imponerles el pensamiento único al que ustedes se someten con naturalidad, pero al que millones de mujeres no nos sometemos, porque no somos sumisas. Yo no me someto a defender a la mujer con la toga de la izquierda porque puedo perfectamente hacerlo con la mía, la de una persona que cree en la valía de las mujeres desde que tuvo uso de razón y que desde que entró en el Parlamento europeo lo ha seguido haciendo. Y lo demuestro desde la Comisión de Libertades, Justicia, e Interior, desde la de Derechos de la Mujer y desde la de Derechos Humanos. Desde las tres he elaborado leyes para proteger a las mujeres víctimas de violencia de género, como la Orden Europea de Protección de Víctimas, con la que hemos conseguido que las órdenes de protección y alejamiento sean reconocidas a nivel europeo evitando a las víctimas el calvario de pasar por juicios en países extranjeros. Una de mis prioridades es la protección de las víctimas de trata, mujeres y niñas en su mayoría, sometidas a explotación sexual. He visto el dolor y la esperanza en casas de acogida donde se trabaja por la recuperación de mujeres que temen a su propia sombra. Y no admito lecciones de quienes quieren demostrar, manipulando la cruda realidad, que las cifras de mujeres maltratadas son exageradas, como tampoco acepto el ataque de aquellos que ven a los hombres como potenciales agresores. A las mujeres no se las protege con ideología, sino con leyes justas y con medios para llevarlas a cabo. Hay siempre espacio para mejorar el pacto de Estado contra la Violencia de Género, pero la unidad es la única manera de encarar ese problema con el que no se puede jugar y por fortuna lo saben muchos legisladores, jueces, fiscales, policías, trabajadores sociales, educadores que se forman para mejor poder prevenir esa violencia que avergüenza a nuestra sociedad.
Hoy le explicaré a mis hijas que su madre se va de casa lejos para trabajar por muchas causas que cree justas, entre ellas los derechos de las mujeres, y lo hace para que ellas y las mujeres de hoy y de mañana puedan ser buenas científicas, empresarias, economista, políticas... y llegar a lo más alto si es lo que quieren, sin ese techo de cristal que no es ninguna invención sino una triste realidad. Y para que tengan la libertad de elegir cuál será su futuro y para que tener familia no sea un freno en sus carreras, sino un impulso para trabajar por una sociedad más justa en la cual todos, hombres y mujeres, ganen lo mismo por un trabajo de igual valor.
Por eso pido a todos hombres y mujeres que no solo el 8 de Marzo, sino todos los días, defendamos la dignidad y los derechos de las mujeres y lo hagamos denunciando el fanatismo excluyente de quienes quieren adjudicarse la supremacía moral para defender a las mujeres, ignorando que cada uno tiene su manera de hacerlo. Ni todos los hombres que discrepan están en contra de las mujeres ni todas las mujeres que no apoyan el feminismo están equivocadas. Es una cuestión de respeto, con el que nos iría mucho mejor a todos, hombres y mujeres.
