La millonaria cifra de 33 mil millones de dólares en remesas, que posiciona a México como el cuarto perceptor mundial de remesas, parece toda una metáfora de las esperanzas destinadas a enfrentar un camino empedrado y duro: los ingresos millonarios se dan a conocer al mismo tiempo que todos los pronósticos de los organismos nacionales e internacionales vaticinan la desaceleración del crecimiento económico y una prolongación de la incertidumbre debido a la guerra comercial y la cambiante política comercial estadounidense. Lo mismo se puede decir de la confianza de los consumidores, que alcanzó una notable fortaleza debido al combate a la corrupción iniciado por el gobierno de López Obrador, que contrasta con los temores y riesgos para la inversión de parte de la iniciativa privada.
La historia reciente es la de una economía encerrada en bondades insuficientes: el crecimiento, el empleo, los ingresos, los auges momentáneos y todo beneficio económico terminan siendo frenados por un terreno complicado, de tal manera que no llegan a generar efectos importantes en la pobreza, la desigualdad o la precariedad. Cuando hay crecimiento, la mala distribución hace que el resultado sea la concentración mayor de la riqueza en pocas manos, con lo cual se ensancha la desigualdad en lugar de reducirla. Cuando las cifras oficiales indican una buena generación de empleos, los de calidad no alcanzan y a la gente les llegan los más precarios, los de salarios más bajos y los más inestables, con el resultado consabido: no hay mejoría en los ingresos ni en la calidad de vida de la gente.
Los vericuetos de la desigualdad son tan profundos que el viejo concepto de “derrama económica” se parece a una narración mitológica anclada en países lejanos: en tiempos de bonanza se enriquecen los ricos y en tiempos adversos se empobrecen más los pobres. Una prueba de esto es lo que pasó con la caída de la economía mexicana en 2009 en el contexto de la crisis global: los ricos tardaron dos años en recuperarse en tanto los pobres todavía no lo hicieron.
Los frenos en el camino son muchos y muy poderosos: la corrupción, la injusticia -apuntalada por la impunidad-, la mala calidad educativa, la mala calidad en la gestión, la productividad baja, los problemas de competitividad, la delincuencia, la inseguridad, la infraestructura, entre otros. La cuestión es que con una economía tan desigual y con tantos frenos, el grado de complejidad para que los beneficios también lleguen a los que realmente lo necesitan es muy elevado. Y por eso es tan complicado que las recetas que funcionan en otros países tengan efectos similares en México.
Detrás de las medidas que está tomando el gobierno para enfrentar a los males como la corrupción y buscar impulsar la economía, hay que buscar las que tengan impacto estructural: ¿cómo mejorarán la educación, la productividad y la competitividad? ¿Y la ciencia? Ciertamente, apenas estamos en el inicio de un proceso de transformación, aunque estaría conocer el plan para andar por caminos en los que abundan las mismas piedras. `
@farinaojeda