Las búsquedas de broches en Google han aumentado un 60% en los últimos 6 meses, y este accesorio está aquí para quedarse. Nada hubiera anticipado en el año 2000 que este milenio vería la recuperación de una pieza que tuvo su gran momento en los años 20 y en la posguerra. Pero algunas líderes de opinión y muchas avezadas marcas de moda y joyería, se han ocupado de volverle a dar su sitio en el guardarropa femenino.
Gucci ha desplegado una gran colección de ejemplares de lazo, de medallón y de corte barroco esta temporada; Chaumet, Bulgari y Vuitton han ampliado su oferta de broches a la venta; «Net-a-Porter» aumenta drásticamente su selección online y la casa británica que se ha encargado desde 1735 de las joyas de la familia Windsor, The House of Garrard, ha declarado que sus ventas de broches han subido un 250% en 2018, reflejando un verdadero furor entre sus clientas más jóvenes. Y es que desde que el minimalismo reciente parece haber fenecido, hay una respuesta común para todas las necesidades: el tantas décadas olvidado broche, accesorio estrella del momento.
Pero el broche se creó allá por la Edad de Bronce, aunque entonces se trataba de una pieza que funcionaba a modo de imperdible para sujetar los ropajes. En la Grecia antigua y durante el Imperio Romano, el broche se convirtió en una pieza que cambiaba con las modas, y en indicador de la clase social y los avances técnicos en cuanto a materiales, tomando el nombre de fíbula y diseñándose para personalizar el atuendo de su portador.
Esmaltados
Celtas y vikingos llevaban broches a diario, tanto ellas como ellos, y en la Tierra de Barros, en Extremadura, se han encontrado broches de oro esmaltado de la época visigoda con motivos religiosos, florales y animales. Durante todo el Medievo proliferaron los broches en forma de cruz y, a partir del siglo XVIII y la época victoriana, se pusieron de moda los modelos dobles que guardaban en el interior un retrato y un bucle de su cabello, a menudo encargados por duelo. También se pusieron de moda los broches con lazo y los camafeos. El broche dejaba de usarse únicamente para anudar un pañuelo y comenzaba a tener vida propia.
A comienzos del siglo XX estuvo de moda en su versión mas exuberante hasta la Segunda Guerra Mundial, volviendo a aparecer de nuevo en los años 50. Coco Chanel, con su famoso broche de camelia de tela y su colección de broches de bisutería, puso de moda su versión «económica». Y Liz Taylor lució con garbo las mejores joyas del planeta y los famoso broches de Jean Schlumberger para Tiffany’s. A partir de los años 70, solo la Reina de Inglaterra y - alguna que otra señora mayor de aire clásico- siguió llevando broches antiguos con sus atuendos.
Ahora, quien que no busca broches en Chopard, Boucheron, Van Cleef & Arpels, Verdura o Cartier, los busca en alguna subasta de objetos antiguos o los recupera del joyero de la abuela. Los más fashionistas se dirigen a Gucci, Dolce & Gabbana, Chanel, Isabel Marant, Delfina Delettrez, Christopher Kane o Alexander McQueen y los de presupuesto más ajustado a Uterqüe, Zara o incluso H&M, que vende los broches en packs de 2 y 3 piezas a menos de 9 euros.
La personalización impera en un mundo de moda global, para diferenciar una chaqueta de Zara, añadir un toque excéntrico y chic al atuendo, iluminar un conjunto negro o destacar sobre la solapa izquierda de una chaqueta, si bien los broches se llevan también como collar o tocado en el pelo y son la alternativa a los collares marcados o a los pendientes largos. Versátiles y elegantes, acompañan un vestido de gala, un esmoquin o un abrigo, tanto en una señora de 70 como en una chica de 20. Catalina de Cambridge, Máxima de Holanda, Sofía de Wessex o Uma Thurman, pero también Lily Rose Depp, Beyoncé, Kim Kardashian, Cara Delevingne, Olivia Palermo o Alexa Chung han caído ya en la tentación de llevar broches. Se levanta la veda.