En el diario El País se habla de una auténtica fiesta masiva donde estaba “toda Tlahuelilpan”, donde las personas, niños incluidos, se mojaban con gasolina, riendo y festejando el exceso, la desmesura y su superioridad numérica frente al Estado; era el desboque de la transgresión ante limitaciones recientes en el flujo de gasolinas, un elemento fundamental para la vida y el progreso de Tlahue y sus colonias. En los mismos términos lo reporta Proceso: hubo una fiesta eufórica que superó en número y en posibilidades a soldados y policías que quisieron disuadir a las personas de tomar combustible del ducto roto. Es lamentable la tragedia misma, pero también preocupa enormemente que no podemos saber qué significa, de qué da cuenta, de qué país nos habla. Aunque los medios reporten de la misma forma el hecho social que tuvo lugar, se pasa inmediatamente a juzgarlo, y a las víctimas —que también son infractores—, según esquemas tan preconcebidos como inútiles. Doy dos ejemplos.
Los académicos e intelectuales que hablan de la gran ignorancia e ingenuidad de los pobladores se muestran más bien ignorantes ellos. Han dicho, por ejemplo, que ha sido esta la que les hizo mojarse con gasolina entre risas, fumar cerca de la recolección de combustible aledaña al ducto. En pocas palabras, sostienen que la gente no tenía conciencia de que eso era un polvorín presto a inflamarse con una chispa cualquiera, que la gente no era consciente del peligro que corría. ¿Pero cómo va a ser que un pueblo que está a 15 kilómetros de Tula, ciudad petrolera, donde muchos trabajadores (35 por ciento de la población) se dedican a actividades relacionadas con el petróleo, permanezca ajeno al conocimiento de su materia de trabajo? No, esas personas están más familiarizadas con los hidrocarburos que la mayoría de quienes les juzgan, incluyendo profesores de economía y teoría política. Así, se impiden de preguntarse por qué se perdieron el miedo y el respeto por lo inflamable, por qué no importó ver desmayados cerca suyo por la toxicidad de la gasolina.
El diagnóstico del Presidente, cuando dice que los pobladores actuaron con inocencia, tampoco es satisfactorio del todo. No se trató de un robo causado por el hambre o la necesidad impostergable. Entre los testimonios que cita La Jornada, por ejemplo, solo uno menciona como motivación de un familiar para asistir a la fiesta del ducto roto la escasez de las semanas pasadas. Los demás, según registran los reporteros Montoya y Castillo, respondieron “al relajo”, “la curiosidad” en varios casos, y en otros a una motivación insondable. Y aun escuchando a los familiares, documentando la dinámica social alrededor de las tomas ilegales y la relativa jauja, La Jornada vuelve a la explicación materialista y pobrista, aunque el pueblo de Tlahue no sea de los más pobres de la zona —se distingue, de hecho, desde hace tiempo, por sus trabajadores petroleros y por las remesas que recibe, además del incremento de parque vehicular de los últimos años. Si algo habría que notar sería, al contrario, el cambio en la riqueza detonado por los huachicoleros. Para eso, para mirar profundamente el orden social y las motivaciones de la gente, harían falta cronistas que los diarios no pagan ni generan y, cuando tienen, desperdician. Así, se ve sin mirar.