No sé si a usted, pero a mí jamás se me ocurrió la posibilidad de estudiar Ingeniería Petrolífera. Y mire que sé que se trata de una carrera bien pagada y con amplias posibilidades de desarrollo y especialización. Uno se puede dedicar a la Ingeniería en Perforación, la de Yacimientos o la de Producción Petrolera si le apasionan las plantas petroquímicas y las refinerías. Pero no, no se me ocurrió. Debo confesar que tampoco me pasó por la cabeza estudiar Ingeniería Aeronáutica. Pensé que no era lo mío. Me equivoqué.
En tan solo 50 días, mucho menos de lo que se necesita para obtener una licenciatura o un certificado técnico, este gobierno nos ha convertido, a mí y a la mayoría de los mexicanos, en verdaderos expertos en estas materias.
Hoy sabemos que los aeropuertos se diseñan desde el aire por aquello de las rutas aeronáuticas que siguen los aviones, es decir, que las carreteras están en el cielo. El concepto es tan claro y gráfico que hace temblar de miedo cuando uno ve al Presidente recorrer Santa Lucía con algunos militares y un concesionario al que le quedaron chuecos los segundos pisos, con un planito engargolado que dice “Plan maestro” y que apoya en una hielera mientras nos dice que sí, que sí caben tres pistas y con su dedo señala “una aquí, otra aquí y otra acá”. Y es que también aprendimos que, diga lo que diga el secretario, los aviones no se repelen.
Aprendimos que se necesita un proyecto ejecutivo para definir la viabilidad y costos de una obra y que, Santa Lucía no lo tiene. Este conocimiento fue particularmente enriquecedor porque luego supimos que el Tren Maya tampoco lo tiene. Y aunque ya se empezó, pues eso, que no lo tiene.
Aprendimos todos los nombres de las asociaciones más importantes que rigen la aeronáutica. Supimos de los bonos como financiamiento internacional. Y que no se cancelan así porque sí, por lo que tendremos que pagar mil 800 millones de dólares de entrada. Con lo cual también ya aprendimos a hablar de millones de pesos y de millones de dólares y estamos cerca de entender lo que significan los miles de millones de dólares que nos costará la cancelación del aeropuerto de Texcoco.
Además, estamos a punto de graduarnos en ingeniería petroquímica. Sabemos de ductos y pipas y buques y bombas y perforaciones. Entendemos a la perfección el proceso de abastecimiento y, peor aún, el de desabastecimiento. Sabemos todo de las tomas clandestinas menos una cosa, por qué estallan.
Sabemos lo que significa huachicol y huachicolero. A los que también podríamos llamar gasolina fayuca y fayuquero. Porque si tanto nos gusta la ropa, los tenis y los aparatos eléctricos fayuca, ¿por qué no nos iba a gustar la gasolina fayuca si es más barata? Y es que sí, somos un pueblo bueno, pero también canijo.
La parte positiva de este saber tanto es la democratización que ello implica. Que se construye una opinión pública más crítica e informada y que se fomenta la posibilidad de una participación seria. La parte negativa es que eso de las opiniones al gobierno no le gusta.
Con todo, después de estos 50 primeros días podemos decir que como pueblo a veces somos buenos y a veces no tanto, pero que a punta de tanto golpeteo y ocurrencia seguro nos convertirán en un pueblo sabio.
@olabuenaga
