Cada vez que alguien mencionaba algo sobre Roma, la ya premiada película de Cuarón, yo desaparecía. No leí una sola reseña y evité toda imagen relacionada con ella, con tal de llegar a verla sin prejuicios.
Olvidaba el “a-b-c “ de la hermenéutica: los pre-juicios son parte de nuestro ser; creí que la película se desarrollaba en Roma, al estilo de Güten Tag, Ramón.
No hablaré de la trama para no echarle a perder esta obra a quienes no la hayan visto, pero hay algo que debo decir: véanla. Roma es una película que nos habla a todos; no hay un solo mexicano que pueda no sentirse interpelado por esta obra.
Es significativo que esta obra “estrenara” la casa de Los Pinos como una área pública: Roma viene al caso con el momento que atraviesa nuestro país.
Muchos queremos que México deje de ser el país de nanas oaxaqueñas o poblanas, de sirvientas cuasi esclavas que atienden familias acomodadas, y de mujeres maltratadas o abandonadas que deben trabajar a doble turno para sacar adelante a una familia que no procrearon solas.
Roma muestra la pobreza y la riqueza, el machismo y el poder político de los años 70, los idiomas y los “dialectos” que no reconocemos como idiomas, tanto como los taxis cocodrilo, los tranvías, los días de campo, los cines en los que aplaudíamos al final de la película y hasta “Periquita”.
Cuarón recrea todo un México que muchos habíamos ya olvidado, y al hacernos revivir lo que fuimos, nos enfrenta a lo que somos y a lo que queremos ser.
Quizá Roma sea una película autobiográfica, pero sin argumentos forzados, es una obra eminentemente ética: habla de las relaciones que mantenemos con nuestros semejantes.
¿Queremos que continúen existiendo “sirvientas” o estamos dispuestos a luchar por darles trabajo digno, seguridad social, horario y trato decentes?
Ya no queremos mexicanos de segunda o de tercera clase, y yo no se si se pueda lograr; pero las utopías para eso están: para recordarnos lo lejos que nos encontramos de ellas y para alumbrar el camino que puede al menos acercarnos un poco más a ese lugar.
Felicidades, Cuarón: hermosa e inolvidable obra. Ojalá sea la punta de la flecha de una nueva forma para hacer cine mexicano.