El independentismo ha pasado de no querer pagar el precio de su quimera a no saber cuál es su precio. Todo degenera cuando no pagas, y degenera muy rápido. Hay hombres que creen que no tienen precio. «Yo no me vendo», dicen. He conocido a muchos de ellos. Y no es que no tengan precio, es que no saben que lo tienen, porque todo el mundo tiene uno y es importante saberlo aunque sólo sea para que cuando los negociadores lleguen no te encuentren con los pantalones bajados.
Y esto es exactamente lo que al independentismo le ha pasado: que tuvo que transitar muy rápido de la euforia gratis de sus Diadas (1 de octubre incluido) a pagar el precio que no quiso pagar de su independencia, para tenerlo que pagar igualmente, a la semana siguiente y con recargo, en forma de fuga y de cárcel.
La falsa dignidad con la que han querido denunciar la todavía más falsa represión del Estado -ellos fueron los que declararon la independencia y en lugar de defenderla se fugaron o se entregaron, dejándole sólo un camino a España- se les está cayendo a pedazos en la negociación presupuestaria.
La realidad ha llegado y los que decían que no tenían precio han pasado de quererlo poner muy alto a sólo intentar que no se note que van a hacerlo gratis. En ningún momento -en ninguno, y esto es importante recalcarlo- ni un referendo pactado sobre la autodeterminación, ni la excarcelación de los presos han sido condiciones para aprobar los presupuestos de Pedro Sánchez.
Tanto Esquerra como Convergència (con todas sus dispersiones) quieren votarle los presupuestos al Gobierno. Un poco porque pese a no llegar a la inversión que marca el Estatut son mejores que lo que había hasta hace poco pero sobre todo porque necesitan aprobar también los presupuestos de la Generalitat y los del ayuntamiento de Barcelona y no podrán sin el quid pro quo con los socialistas. Éste es su precio, tan bajo. La realidad llegó de golpe y atropelló la dignidad de los irredentos. ¿Quién decía que no tiene precio? Esto os pasa por no haberlo calculado antes.
Lo único que convergentes y republicanos le piden al Gobierno son gestos. Escenificaciones como estas reuniones bilaterales entre Gobierno y Generalitat. Declaraciones de Pedro Sánchez como las de Felipe González, opinando que la prisión preventiva está fuera de lugar o es excesiva.
El independentismo no exige, a cambio de votar los presupuestos, que Pedro Sánchez le resuelva sus problemas, sino que haga ver que lo intenta para poder justificar su apoyo.
Dicho de otro modo, Esquerra y Convergència han asumido la realidad, que la vida tiene que continuar pese a su fracaso y al juicio y a la sentencia del 1 de octubre, pero no posee el valor de explicárselo a sus votantes y pretenden que el presidente del Gobierno les ayude a mantener la ensoñación, la farsa, el fraude, de que está a la vuelta de la esquina la república catalana. Gestos, declaraciones, reuniones que más que reuniones son posados. Y embolica que fa fort, como decimos en catalán.
La masa independentista espera que la convoquen a la revolución para la liberación definitiva y sus líderes les hacen puchinelis para no perder su favor mientras les preparan un aterrizaje lo menos brusco posible en una realidad muy concreta: alguien ha ganado y no son ellos, España existe mucho más de lo que ellos creían y la república catalana mucho menos de lo que ellos soñaban. Y los presupuestos, los de Barcelona, los de Cataluña y los de España, no son ningún Paraíso, pero son el billete de autobús para no tener que ir andando.