De momento solo han perdido Andalucía, pese a lo cual en la izquierda se afilan por doquiera las navajas. Tanto en Podemos como en el PSOE. A medida que se acerca la cita de las municipales y autonómicas el apetito de poder se acrecienta, el miedo al desalojo muerde con fuerza las entrañas y las viejas rencillas pendientes se tornan crueles venganzas. El espectáculo resulta fascinante. Ya ni se molestan en disimular. Están en el sálvese quien pueda, sacando a relucir la auténtica naturaleza de una ideología que se disfraza con ropajes de igualdad, solidaridad, progreso y demás palabrería al uso, cuando la realidad demuestra que en su seno habita un impulso de control y dominio tanto más absoluto cuanto más se escoran las siglas. Dicho de otro modo, y citando al Alfonso que explicó hace muchos años las razones de esta guerra: «quien se mueve no sale en la foto». En el vértice de la pirámide solo hay sitio para uno. «Uno», sí, en masculino; nunca «una», toda vez que, por mucha matraca que den con la bandera feminista, al final siempre acaba imponiéndose la voz de mando de un hombre.
En la casa del puño y la rosa Pedro Sánchez ha ordenado la ejecución política de Susana Díaz. No hay piedad para los vencidos, especialmente cuando la vencida ha osado desafiar al líder. Ciertas ofensas proferidas en debates presuntamente «amistosos» no se perdonan, por muchas sonrisas y abrazos que intercambien los púgiles ante las cámaras. Hay agravios que se infectan y envenenan al agraviado hasta convertirlo en un pozo de rencor. ¿Sobre qué otro pilar apoyó el actual presidente del Gobierno su regreso? La ambición y la revancha; esos fueron los motores de su increíble recuperación. Y tan potentes fueron esas motivaciones que aún hoy prevalecen sobre cualquier otra, incluida, por supuesto, la lealtad a España y a la Constitución. De ahí su disposición a pactar con separatistas, extremistas de la siniestra, antiguos cómplices de ETA y cualquier otro indeseable, con tal de llegar al despacho que permite saldar cuentas.
Sucede, no obstante, que las cuentas y cuentos de Sánchez no coinciden con los intereses de muchos de sus compañeros. No solo con los de la lideresa derrotada, sino, por ejemplo, con los del presidente extremeño, quien la pasada semana votaba en su parlamento a favor de aplicar en Cataluña el 155, en lugar de seguir cebando el proceso independentista con fondos públicos sustraídos a otras comunidades, como la suya. ¿Convicción o conveniencia? Probablemente una mezcla de las dos. Un intento desesperado de marcar distancias con los aliados del inquilino de La Moncloa, consciente de que, para él, esos aliados suponen la muerte en las elecciones de mayo.
Y hablando de muerte, viene inevitablemente a la mente la jugada que Errejón ha orquestado contra su propio partido. Un golpe certero, letal, propinado a traición en el corazón mismo de la organización de los círculos: Madrid, epicentro del poder. Es sabido que en política los enemigos a medio matar reviven para sacar los ojos de quienes fueron sus verdugos, que es exactamente lo que acaba de hacer Íñigo a Pablo, con el concurso indispensable de la otrora despreciada Tania Sánchez. Podemos se desintegra, se fragmenta en taifas regidas por caudillos locales que auguran a la formación un sonoro fracaso en las urnas, mientras el PSOE destruye sus señas de identidad. Aún no les falta la harina y todo se les ha vuelto mohína.