Fue un fracaso. La actuación de Chivas en el Mundial de Clubes no puede ser calificada de otro modo; decir que se ganó en experiencia, que lo importante fue asistir y representar a la región Concacaf no sirve de excusa ni debería consolar a nadie. Tal cual, esta presentación mexicana fue un desastre.
No hay rudeza en admitir lo que es evidente. Lo advertimos; se sabía. A falta de calidad individual que resuelva, el talento colectivo. Pero Chivas llegó a la justa en los Emiratos Árabes Unidos carente de ambas cosas.
El equipo de José Saturnino Cardozo perdió primero el sábado 15 ante el Kashima Antlers en la ciudad Al Ain por 3 goles a 2, cuando se había ido muy temprano en el marcador y después no existió; lo mismo ocurrió en la disputa por el quinto puesto ante el Espérance de Túnez; empataron a uno y en penales los rojiblancos fueron aniquilados por la vía de la muerte súbita 6-5.
La irremediable, por ahora, condena de los equipos mexicanos en ese torneo de la FIFA tiene explicación: no llega el mejor equipo del momento; en este torneo, nada más, Chivas acabó once en la tabla con saldo de 5-5-7 e hizo tantos goles como los que recibió, 21-22.
Claro que a toro pasado cualquiera es torero, pero tengo la impresión, y con cada tropiezo la confirmación, de que hay un postulado que Chivas no supera y ese no es otro que vivir de la palabrería.
Entiendo que el dueño de Chivas hizo del ofrecer su oficio, y le sale bien con la mercadería que –afirman- da trabajo, sustento y hasta salud a millones de personas en no sé cuántos países, pero en el futbol no basta con creer en que una nómina limitada puede soñar con grandes conquistas.
Eso de las hazañas ocurre, por supuesto, una vez cada ¿cuánto? Lo real y tangible es formar proyecto e invertir, invertir e invertir; y Chivas promete más de lo que da, principalmente a su fiel y paciente rebaño.