El automovilista, rebajado su nivel de atención a la radio cuando suena la publicidad, torna a estado de alerta al oír una voz que le es familiar. No es el canturreo del quitagrasas, «y mancha que te quito», ni ese vecino que le pide a Leopoldo que le eche el toldo. El anuncio arranca con un educado «hola», cuerdas vocales rotas de profesora a final de trimestre con timbre apagado, tal vez ligeramente aguardentoso: «Soy Inés Arrimadas», sigue. Aaaaah. Mecido por las más algodonosas nubes oníricas, esos pensamientos que asaltan a la mente un poquito fuera de control pero aún despierta, el conductor cree entender una primera persona del plural concerniente a la arrebatadora hablante y a él mismo. «El domingo, los andaluces tenemos la oportunidad de...». ¿Tenemos? ¿Se presenta ella a las elecciones? ¿Vota siquiera? El cerebro, raudo, apisona las emociones y es cuando uno toma consciencia de haber sido liado por la publicidad engañosa, la más vil de las mentiras. Ciudadanos, seguramente el partido más votable de cuantos concurren en los comicios autonómicos, se ha visto obligado a suplantar en este final de campaña (durante toda la campaña, en realidad, e incluso desde los albores de la precampaña) a su risible candidato por su lideresa en Cataluña. Ése es el interés, tristemente descriptible, que les suscita Andalucía, y también el respeto que le merecen sus electores. A los tontos del sur ponles en el cartel a cualquier pelagatos, que ya mandaremos a nuestros elementos más valiosos a engatusarlos con dos carantoñas. No somos dignos del gobierno de mejores, ni siquiera si son nacidos en Jerez de la Frontera. La candidatura de Arrimadas habría provocado, con toda seguridad, la alternancia que necesita esta tierra. No fue ni siquiera un sueño, fue apenas una cuña radiofónica.