Con menos de 200 habitantes, La Rosilla, Durango, se encuentra a poco más de 2 mil 500 metros de altura sobre el mar y es el lugar más frío del país.
Son las siete de la mañana, e Ismael Velázquez, Mayo, sale tomar nota del clima en el termómetro afuera de su casa. En un pequeño formato escribe los datos y regresa a su casa. Con un viejo radio sigue el ritual de sus últimos 40 años de vida.
En Los Mochis, Sinaloa, en las oficinas de la Comisión Nacional del Agua reciben el mensaje: menos 10 grados en medio del otoño.
La masa de aire polar hace unas semanas lo sorprendió en el monte, donde pasa gran parte del tiempo en las actividades forestales. Explica que a pesar de no mantenerse estático, el frío lo venció y tuvo que regresar.
Hasta las 9 de la mañana entran los niños a la escuela, en la comunidad solo hay una primaria y una secundaria multigrado.
Ramón Bernal es el maestro de secundaria y tiene 18 alumnos en total.
Dice que con la salida del sol, calienta el aula, aunque deben prender una pequeña estufa de madera.
En La Rosilla, las mujeres también trabajan en la recolección de árboles, los cuales son llevados hasta el camino con una yunta jalada por dos toros.
Las pocas cosechas que se logran son de avena y papa, por eso deben de comprar la mayoría de los insumos para la vida diaria.
Diez meses al año amanecen bajo cero, nada se desarrolla y por eso la alcaldía debe entregar hasta 6 mil despensas al año.
En un bajío en medio de la Sierra Madre Occidental, la temporada más cruda es durante el invierno, donde la actividad forestal de la que viven los habitantes de La Rosilla, no se puede trabajar.
