No hace falta estudiar sociología para darse cuenta de que las heridas de la segregación racial en Estados Unidos no han terminado de cicatrizar. Basta con abrir un periódico o encender la televisión para ser consciente de ello. Deportistas arrodillándose mientras suena el himno, imágenes de policías disparando a afroamericanos, retiradas de estatuas de soldados de la Guerra de Secesión. La lista de ejemplos resulta demasiado larga. Probablemente tampoco ayuda, a la hora de restañar esas heridas, el que, tantos años después de la abolición de la esclavitud, todavía sigan existiendo grupos que defienden la superioridad racial del hombre blanco. Entre estos se encuentra, quizá en una posición destacada, el Ku Klux Klan. Ya saben, el Imperio Invisible. Los de la película «El nacimiento de una nación». Esa gente que en sus reuniones se ponen capirotes y queman cruces. Esa organización que se hizo famosa por perseguir y matar estadounidenses negros.
A pesar de que el Klan es conocido por sus crímenes contra los afroamericanos, lo cierto es que no fue creado con ese fin. Nació de la mente de seis excombatientes del Sur nativos de Pulaski, una pequeña localidad del estado de Tennessee, muy cercana a la frontera con Alabama, pocos meses después del final de la Guerra de Secesión, entre 1865 y 1866. Eran gente culta que contaba con conocimientos en lenguas clásicas, de ahí que escogiesen un nombre derivado de la palabra griega kuklos. Su objetivo, al menos en principio, era pasarlo bien, un poco a la manera de las fraternidades universitarias pero sin estar ligados a institución alguna. «Quedaban en lugares secretos, se ponían disfraces y pasaban un buen rato cabalgando por la noche. Hacían muchas payasadas», señala David Mark Chalmers en «Hooded Americanism: The History of the Ku Klux Klan» (Duke University).
Gracias a esta estrambótica puesta en escena, el pequeño grupo no tardó en convertirse en un gran grupo. Su número de miembros comenzó a crecer, así como su presencia, que pasó de estar focalizada en la pequeña Pullaski a extenderse por el resto de los antiguos territorios esclavistas. En sus apariciones, en las que iban ataviados con largas túnicas y máscaras, clamaban que eran fantasmas que no habían bebido agua desde la derrota sureña en la batalla de Siloh, una de los combates más recordados de la Guerra Civil que se zanjó con victoria yanqui.
Un país roto
Aunque en este momento los hombres del Klan no llevaban a cabo acciones violentas, eso no significa que no fueran racistas. Ni mucho menos, ya que entre los objetivos de sus correrías nocturnas figuraba el de asustar a los negros. Aunque, para ser justos, los prejuicios contra estos no eran una peculiaridad del recién nacido KKK, sino una tendencia bastante extendida en el país. Al menos de Washington D. C. para abajo. Así lo explica Isaac Assimov en su obra «Los Estados Unidos desde la Guerra Civil hasta la I Guerra Mundial» (Alianza Editorial): «(En los antiguos estados esclavistas) existía un constante temor a una revuelta de los negros. Fue un temor que los negros no merecían, pues nunca ha habido un conjunto de personas tan oprimido y pisoteado durante tanto tiempo, y que, sin embargo, mostrase tan poco deseo de venganza».
De este modo, ya para 1965, los diferentes estados del Sur comenzaron a preparar paquetes de leyes que tenían por objetivo limitar en la medida de lo posible los derechos de los afroamericanos y recordarlos cual era su posición dentro de la sociedad: Siempre por debajo del hombre blanco. Estas reglamentaciones recibieron el nombre de «Códigos negros» (“Black Codes”) y variaban en función de los territorios. Por norma general, impedían que los antiguos esclavos pudiesen votar o ejercer como jurado. Tampoco podían portar armas y, en algunos casos, les estaba prohibido aprender a leer o a escribir.
Por su parte, el presidente Andrew Johnson, no mostró demasiado interés en contrarrestar las medidas adoptadas en el Sur contra los afroamericanos. Y es que, según señala Asimov en su obra, al sucesor de Lincoln tampoco es que le hiciesen mucha gracia los negros. Ante la pasividad del dirigente, fueron los representantes republicanos radicales, haciendo honor a la memoria de Lincoln, los que se decidieron a poner freno a las medidas de los estados sureños:
«Para los republicanos radicales los Códigos negros eran una prueba clara de que los Estados Confederados no se habían regenerado, que no había ocurrido nada que los hiciese abandonar sus antiguas opiniones. Los Códigos negros, y el apoyo de Johnson a ellos, suprimía el nombre, pero no la vergüenza de la esclavitud en los Estados Unidos. Los antiguos líderes confederados, no escarmentados ni avergonzados, podrían, gracias a la política de Johnson, seguir administrando sus fincas y tratando a los negros como esclavos».
Para acabar con esta situación, los representantes acordaron relevar de su cargo a los gobernantes sureños que se negasen a reconocer a los afroamericanos como ciudadanos de pleno derecho (todos a excepción de Tennesse). Estos estados serían considerados como territorio conquistado y estarían dirigidos, hasta nueva orden, por militares afines al Gobierno, que se encargarían de desarrollar los nuevos planes de Reconstrucción, auspiciados por el Congreso en Washington. Es importante destacar que este se encontraba por completo en manos de los republicanos tras su abrumadora victoria en las elecciones del 1866.
De este modo, los antiguos estados esclavistas fueron divididos en 5 distritos militares. La única opción que les quedaba si deseaban volver a ser considerados como miembros de la Unión era reconocer las disposiciones del Congreso, y con ellas la ciudadanía de los afroamericanos. Cosa realmente difícil en unos territorios en los que la idea de la superioridad blanca tenía unas raíces realmente profundas. Ante la negativa a aceptar el nuevo status quo, las familias pertenecientes a la élite política sureña, que eran, en su mayoría, miembros del partido demócrata, cayeron en el ostracismo. Su lugar, en lo que al gobierno de los estados se refiere, fue ocupado por norteños que vieron en la terquedad de sus vecinos una oportunidad para hacer fortuna. Precisamente, los sureños los consideraban poco menos que parásitos, por lo que comenzaron a llamar a los recién llegados «carpettbagers», un término con el que se hacía alusión a que los recién llegados eran unos pobretones cuyas posesiones cabían en una única maleta hecha con tela de alfombra.
Mientras esto ocurría, los asaltos y asesinatos de negros a manos de grupos armados al margen de la ley, que ya tenían lugar desde la Guerra Civil, se recrudecieron. También llevó a otros a tomar la decisión de tomar las armas para cobrarse venganza contra lo que, según consideraban, era un ataque de facto contra su hogar y su cultura. Precisamente, dentro de este grupo se encuentra el Ku Klux Klan.
Una vuelta de tuerca
Hubo que esperar hasta el año 1867 para que el KKK comenzase a organizarse y a adoptar una serie de normas de obligado cumplimiento. Ese año varios de sus miembros quedaron en la ciudad de Nashville (Tennessee) con el objetivo de homogeneizar la organización. Fue entonces cuando se llegó a la conclusión de que el Klan debía poner su granito de arena en la lucha contra la Reconstrucción republicana, cosa que hicieron a partir de una especie de documento constitucional que recibió el nombre de «prescript». En este se afirmaba, según recoge Chalmers en su obra, que «el débil, el inocente, el indefenso y el oprimido debían ser protegidos de la Constitución de Estados Unidos y de todas sus leyes».
Se pretendía que, de este modo, naciese un nuevo Klan. Sus miembros decidieron poner a la cabeza al veterano general confederado Nathan Bedford Forrest, quien se esforzó porque la organización comenzase a guiarse por los mandatos del prescripto y se doblegasen a su autoridad. Según parece, y a pesar de lo acordado, los distintos grupos dentro de la organización continuaron obrando según sus deseos sin prestar demasiada atención a los deseos de Forrest. Sin embargo, sí que sirvió para que los ataques contra afroamericanos, destinados a intimidarles a la hora de votar, terminasen por convertirse en asesinatos.
«El Klan se convirtió de inmediato en una organización terrorista. Estaba destinado a mantener a los negros en una posición de inferioridad», comenta Allen Trelease, autor del libro «White Terror», en el documental «Ku Klux Klan. A Secret History». Pero no solo los antiguos esclavos eran objetivo del Klan, sino también los blancos venidos desde otros estados a gobernar el Sur. De este modo, en los prolegómenos de las elecciones presidenciales del año 1969, en las que había mucho en juego en lo que a derechos civiles se refiere, varios políticos republicanos fueron asesinados a manos de los encapuchados. Quizá el caso más sonado fue el del representante de Arkansas James M. Hinds a manos de un hombre del Klan, y miembro del partido demócrata, llamado George Clark.
Políticos y granjeros
Si le quitásemos a estos miembros Klan la máscara, efectivamente, detrás de ellas nos encontraríamos a no pocos políticos, pero también a agricultores, constructores o funcionarios. Es decir, a miembros de los sectores de la sociedad que se podían ver más afectados por el nuevo estatus de los ciudadanos afroamericanos, que ahora se convertían en su competencia directa. «Muchos negros fueron azotados por negarse a trabajar para blancos, por prosperar o dejar las granjas en las que trabajaban», señala Chalmers en su libro. Este tipo de castigos solían llevarse a cabo al amparo de la noche. En muchos casos los antiguos esclavos que caían en sus manos llegaban a recibir más de un centenar de latigazos. No eran raras las veces en la que perdían la vida a causa de sus heridas.
A pesar de que las disputas regionales basadas en lo laboral o en lo político solían ser la motivación preferida del Klan, también había otras razones por las que un negro podía acabar atado a un árbol rodeado de blancos cubiertos por sábanas. El que un antiguo esclavo mantuviese relaciones con una mujer blanca era algo que sus miembros, simplemente, no podían tolerar. Y, en estos casos, las represalias no eran solo para los negros. Por ejemplo, muchas prostitutas fueron atacadas por esta razón. Incluso, según explica Chalmers, en Carolina del Sur un negro fue asesinado y su hija (nacida de una relación con una blanca) azotada por «traer la vergüenza a su familia materna».
Representación de tres mimebros del KKK detenidos por intento de asesinato en 1872Desaparición, pero sobre el papel
El aumento de la violencia llevó a Forrest a disolver el Klan en 1869. Según afirmó el líder de la organización este ya no tenía razón de ser, debido a que se había desviado notablemente de los principios acordados en el prescript de 1867 y que siempre se había adolecido de cierta anarquía. A pesar de que la mayor parte de sus miembros acataron la orden, muchos otros se negaron, lo que provocó en última instancia que el Gobierno de Estados Unidos, dirigido desde 1970 por el héroe de la Guerra Civil Ulysses S. Grant, decidiese promulgar el Acta del Ku Klux Klan dentro de Ley de derechos civiles de 1871.
Según esta disposición, los hombres del Klan pasarían a ser juzgados por una corte federal, se evitaba de este modo que los criminales pudiesen escurrir el bulto si tenían la suerte de que el jurado estatal les fuese afín. A pesar de las buenas intenciones, el KKK siguió operando, e incluso se volvió más violento. Así lo demuestran acciones como la matanza de afroamericanos perpetrada en Colfax (Luisiana) durante el Domingo de Pascua. Se calcula que 150 personas murieron ese día.