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En unos días se estrena «El Rey», película del Teatro del Barrio (donde Alberto San Juan). Empieza en 2014 con su abdicación y retrocede hasta 1948, al venir a España. Sentado en un sillón entre el de «Epílogo» (con su luz) y el de «Mamá cumple 100 años» (sin bajar del techo) van rememorando su vida con ayuda de fantasmas: Franco, Cebrián, Tejero, Puig Antich, Suárez, González, Martín Villa… Todos interpretados por Alberto San Juan y Guillermo Toledo. El Rey, por Luis Bermejo, como en la obra de teatro. El tipo del anuncio de la Lotería de Navidad. Miren, eso hace de la película algo más chusco de lo que ya se podía intuir por sus autores. En «The Guilty» (a la que los críticos ponen por las nubes) sólo se ve a un hombre, el oficial Asger Holm, hablando por teléfono mientras la acción se desarrolla fuera. Es cine para la radio. O para ciegos. Al lado de esto, la claustrofóbica «Buried», de Rodrigo Cortés tiene más aire libre que «Centauros del desierto».
El juicio sumarísimo a Don Juan Carlos, que aparece como un ratón asustado, tiene también, como «The Guilty», una escenografía de pobres (y economía de actores). Como si fueran el tío del saco con una niña de Galdós, le recuerdan que cuando muera irá al pudridero y luego al Panteón de los Reyes. Como si los reyes no fueran las personas más conscientes de la muerte y sus protocolos. También de la vida. De reproducirse.
El domingo, Don Juan Carlos estuvo en Abu Dabi para la despedida de Fernando Alonso de la Fórmula 1. O eso era el McGuffin para la galería. El habitual turismo de Estado, que los deportistas agradecen. Le acompañó la Infanta Doña Cristina (Doña Elena prefiere ir a los toros y a comer en España, como yo). Pero no fue Doña Cristina lo que destacó sino la imagen fugaz y foto venenosa de Don Juan Carlos con Mohamed bin Salman, el heredero saudí al que la CIA ha vinculado con el asesinato del periodista Kashoggi. El presunto modernizador. Asesinatos al margen, la misma semana que el reino permitió conducir a las mujeres, se detuvo a las activistas que llevaban años trabajando a favor de los derechos de las mujeres. El heredero saudí buscó la foto. Como el Pequeño Nicolás o Mocito Feliz (Morito Feliz). Tampoco era descabellado imaginar que eso podía pasar: la hipótesis de que el hijo del Rey Salman se hiciera su propia publicidad y a la vez diera combustible a Pablo-¿Para qué sirve la monarquía?-Iglesias.
No es tan difícil acordarse del trabajo que costó la presencia de Valery Giscard D’Estaing en España en noviembre de 1975. Aunque fuera para la misa posterior a la proclamación. El joven rey tenía el pecado original de Franco. Raniero e Imelda aparte, vinieron Giscard, que se lo había prometido al Rey, el presidente alemán, Walter Scheel, y el vicepresidente estadounidense Nelson Rockefeller. Este, desde el principio. Como Pinochet. La posible coincidencia de Giscard con Pinochet se resolvió con la invitación al chileno de que se fuera de España ante la llegada del francés. En la Asamblea Nacional se discutía por qué iba a dar su aval a un jefe de Estado al que Franco había hecho rey. La respuesta fue que la decisión marcaba el interés amistoso y la atenta solicitud con los que Francia seguía la evolución de la nación española vecina y amiga. «Le Figaro» y «Le Parisien Liberé» veían a Don Juan Carlos como «piloto del cambio».
La foto con Don Juan Carlos ni mejora la imagen del heredero saudí ni empeora la del anterior monarca español. Pero hace un ruido inoportuno. Con lo fácil que habría sido no coincidir con Pinochet.