1. Hace unos 25 años estaba yo confesando a un grupo de personas, que hacían fila en espera de su turno para recibir el sacramento. Un amigo, perteneciente a cierto partido político de izquierda, me esperaba a corta distancia contemplando con escepticismo la escena. La mayor parte de quienes querían confesarse eran señoras, humildes y casi ancianas. “¿Por qué pierdes tu tiempo de esta manera” –me reclamó–? “Con ellas no se puede hacer la revolución”, sentenció.
2. Mi amigo tenía razón, al afirmar que esas damas, ya en el ocaso de sus vidas y sin grandes cualidades bélicas, jamás encabezarían un movimiento revolucionario, tal y como él lo concebía. Sin embargo, le aclaré que, a diferencia de ellos, que buscaban afiliar a obreros, campesinos y clases medias con compromiso social y deseos transformadores, en la Iglesia Católica atendíamos a los que ellos despreciaban y calificaban de inútiles: pobres, indígenas, ancianos, etcétera.
3. Me enorgullecí de pertenecer a una institución que, con todos sus defectos y sombras, y no obstante centra mucha de su ayuda social en lo meramente asistencial, buscaba, sí, la promoción humana y la transformación de las estructuras injustas, pero sin descuidar la atención a las personas más pobres, a quienes los políticos veían solo como posibles votantes, objeto de sus dádivas interesadas, acarreados que solo les sirven para llenar sus mítines de campaña.
4. Algo semejante me pasa con la caravana de migrantes centroamericanos. Analistas de todo tipo dudan de su legitimidad: no son personas que huyen de la violencia y miseria en sus países, sino seres manipulados por Trump, o por sus líderes locales que solo buscan dinero.No precisan de ayuda humanitaria, sino de repatriación.
5. Concedamos que tales análisis tienen algo de razón. ¿Debemos, entonces, maltratar a esos migrantes? ¿Que sufran las mujeres y niños que vienen en la caravana? Pero: ¿Si en vez de ello los tratamos como los hermanos que son, delincuentes o no, manipulados o no, y los asistimos cooperando con los albergues que los acogen, propiciando campañas hospitalarias y no hostiles?
6.Veo con satisfacción que muchas de las casas para la atención de los migrantes pertenecen a parroquias o instituciones eclesiales, como aquí en Monterrey. Por ello, y no obstante el flagelo de la pederastia que aqueja a mi Iglesia en estos tiempos –y cuyos responsables deben ser castigados–, me siento orgulloso de pertenecer a una institución que se preocupa por aquellos que nadie quiere, nadie valora, y que en vez de considerarlos enemigos les da trato de hermanos.
7. Cierre ciclónico. Y para corroborar lo escrito más arriba. El Gobierno del Estado anunció ayer que bajará un 50% de recursos a Aliados Contigo, programa presuntamente social de la actual administración, destinado en su formato para apoyar a las comunidades de escasos recursos, pero que en realidad sirvió para un proyecto electoral nacional. Claro, como ya no hay elecciones, ya no se necesita ayudar a la gente pobre.
Lo dicho.
papacomeister@gmail.com