La mitad más uno sabe que no puede cruzar el río, tiene prohibido acercarse al Monumental, mucho menos acceder, así que irá en la maleta, con la utilería de los jugadores: es una afición para guardar. Una hora antes de que Boca Juniors saliera a trotar, había cincuenta mil fanáticos dentro de La Bombonera y diez mil esperando entrar. Siendo un jueves lluvioso y en horario laboral, la convocatoria para ver un entrenamiento, no importa si era el último antes de la gran final, confirma que la tasa de desempleo de 9.6% en Argentina, es real: la mayor en los últimos 12 años.
Aunque el enfoque es una exageración: ni todos los desempleados son de Boca, ni todos los entrenamientos son históricos, también resulta excesivo estandarizar el interés por el futbol en un país al que le hemos colgado una etiqueta banal. Ningún partido de futbol ha sido capaz de paralizar una nación, ojalá así fuese, porque esto significaría que no hay nada más importante que pensar o atender. A riesgo de parecer ariscos, hay un buen número de argentinos, y cada vez son más, a quienes el futbol no les causa ninguna satisfacción. Experta como pocas naciones en ese juego que ocurre dentro del campo pero tiene tantas consecuencias afuera, se ha extendido la idea a través de los tiempos y las crisis, muchas y muy parecidas, de que el futbol no es más que un juego incapaz de resolver los problemas de una sociedad.
Otra teoría más rancia todavía, para el estándar argentino que el mundo está fascinado en reproducir, deduce que el futbol no solo es un mal remedio, sino que forma parte del problema: es el fármaco más accesible para evadir la realidad; o peor aún, vivir una paralela. Esa necesidad de formar parte de algo más grande, o existir en un mundo donde las reglas son sencillas y quebradizas, causa mayor atracción que la verdad.
Repleto de grandes pensadores, líderes, idealistas, industriales, escritores, músicos, artistas e inventores; médicos, maestros, humanistas, diseñadores o investigadores; Argentina es un país tan rico, donde el futbol, siendo un deporte tan grande, tendría que ser un fenómeno menor. Pero no es así, como tampoco es que tanta riqueza natural y cultural, hayan podido evitar que países como Argentina, reincidan en crisis tan injustas y severas como la actual.
