Más que cualquier otra identidad, el gobierno que aún no entra en funciones ha buscado con particular ahínco que se le conozca como La Cuarta Transformación. El sobrenombre, exitoso, a la vez ha generado enormes expectativas: no es cosa menor prometer que el país cambiará por cuarta vez en dos siglos de existencia.
Para ganarse esa identidad ante la ciudadanía, el próximo gobierno ha hecho uso de distintas estrategias: leyes ambiciosas que prometen resultados espectaculares –la eliminación de comisiones bancarias– o la cancelación de proyectos en los cuales se habían invertido cientos de millones de pesos, por dar un par de ejemplos.
La Cuarta Transformación quiere cambiar las cosas desde ya. Y es entendible la premura, tanto por las promesas que hizo en campaña como por la confianza obtenida el 1 de julio –los 30 millones de votos que gusta presumir.
Pero para ello debe mantenerse en movimiento continuo; tiene prohibido dar señas de estancamiento. Los anuncios tienen que ser múltiples y permanentes. De lo contrario se pierde la ilusión de que México está en vías de refundación.
Para ello no hay herramienta más socorrida que las constantes consultas sobre sus magnos proyectos. Hace un mes se canceló Texcoco, este fin de semana se reafirmará el Tren Maya. En 2019 quizá se elija enjuiciar a ex presidentes.
Y la idea, como idea, no es mala. Si se es demócrata no se puede estar en contra de que el gobierno consulte a la ciudadanía. Más cuando, como repiten varios, antes nadie consultaba absolutamente nada.
Sin embargo, en la obsesión por mostrarse distinta, La 4T corre el riesgo de dañar la democracia. Si se vive en consulta perpetua –con preguntas sesgadas e información incompleta sobre temas torales–, un cansancio colectivo es factible. Porque el Ejecutivo debe recordar algo fundamental: fue electo para gobernar, no para trasladar los costos de sus grandes políticas a quienes los eligieron. Menos de manera quincenal.
Las consecuencias pueden ser graves, sobre todo si se piensa que nuestra democracia precede por décadas a una autodenominada transformación, y que ha sido mucho más importante para la vida nacional que un partido que apenas asume el poder el próximo sábado.
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