Ayer en Estados Unidos se celebró “ThanksgivingDay”, tradición que tendría su origen en 1621. La historia cuenta que luego de un crudo invierno, los primeros peregrinos británicos recogieron su primera cosecha y durante tres días compartieron un banquete con indígenas de lo que hoy es el estado de Massachusetts, para mostrar su gratitud a Dios y a quienes en el otoño previoles habían provisto de alimento y ayuda para que sobrevivieran en el nuevo continente.
De manera oficial “Thanksgiving” comenzó a celebrarse en 1863, a iniciativa del presidente Abraham Lincoln, justo a mediados de la Guerra Civil. Sin embargo fue hasta 1941, cuando también en medio de otro cruento enfrentamiento, la “Segunda Guerra Mundial”, el “Día de Acción de Gracias” fue declarado como festivo por parte del Congreso de los Estados Unidos. Desde entonces la celebración es quizá la más relevante en la Unión Americana.
Las actividades prácticamente se paralizan, para que las personas puedan reunirse con familiares y seres queridos. En este contexto, quisiera referir lo que ocurrió con una pareja de Lousiana: Harold y Tina Ehrenberg limpiaban su casa para recibir a la familia en Thanksgiving, cuando de casualidad encontraron un boleto de la lotería que habían dejado en el olvido. Al checar en línea los números, resultó que eran los ganadores de un premio de un millón 800 mil dólares.
El descubrimiento fue más que oportuno, porque el boleto en cuestión estaba a punto de expirar, así que de no ser por “Thanksgiving”, ellos habrían perdido una fortuna.
Eso me hizo pensar que cuando nos preparamos para “dar gracias”, podremos encontrar algo infinitamente más valioso e incomparable: El amor de Dios manifestado a nuestras vidas por medio de Cristo. Sin él la existencia carece de propósito y de sentido. Dios nos creó; estamos en su universo; vivimos en su planeta; respiramos de su aire; y en nuestro orgullo nos olvidamos de Él; pero Él no se olvida de nosotros. Se acuerda que somos polvo, y en su misericordia, paciencia y amor va a nuestro encuentro, para rescatarnos. En medio de “nuestra propia guerra”, podemos volvernos a Jesús; darle gracias por su sacrificio en favor nuestro a causa de nuestros pecados, y recibirle en nuestro corazón como Salvador y Señor. Cree y verás.
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