Ganaron el poder, pero no la paciencia. La nueva democracia mundial ha vertido de personajes carismáticos, con liderazgos sui generis a la política. Desde Duterte hasta Trump, el escenario del poder se ha copado de nuevos nombres con estilos parecidos aunque ideologías distintas. Todos ellos, sí, con un mismo objetivo: control.
Cierto, la política necesitaba aire fresco para poder animar a una masa apática que la veía lejana y ajena a sus necesidades. No quiero decir con esto que la apatía haya sido erradicada, hay asuntos públicos cuya complejidad técnica o explicación enredada no atrae a la mayoría, pero la presencia de personajes casi de la farándula -en algunos casos, sin el casi- entusiasma como espectáculo. Show, como una novela o una pelea de lucha libre. Eso hace que la reacción de estos ciudadanos que detentan el poder sea teatral, exagerada y, sí, con piel delgada.
Piense usted en los exabruptos de las últimas semanas de cualquiera de ellos. Pienso en los encuentros de López Obrador contra la Prensa Fifí o los videos de Alfaro contra las críticas hacia sus decisiones o hasta en Trump y su desencuentro con Jim Acosta -encarnado en Juana de Arco de la prensa como reportero de CNN-. Puede que tengan razón en su revire o confrontación con los medios o con sus adversarios -que no enemigos, diría el clásico- pero la constante es el enojo, la diatriba a la crítica, la ira que parece demostrar fuerza pero, tristemente, raya en la intolerancia. Entiendo que es difícil encontrar líneas de conducción hacia el ataque o el cuestionamiento constante, porque -a diferencia del político tradicional, escurridizo- esta nueva camada de líderes no gusta de huir la crítica o la confrontación. Al contrario: se sienten cómodos en el pleito. Bien por ellos, mientras no afecten otros aspectos, como la economía. Trump y Bolsonaro pueden darse el lujo del pleito constante a partir de no tener nada que perder. El primero tiene una economía que -al momento- le da el soporte para poder continuar su retórica áspera. El segundo tiene no solo un bono democrático tras su triunfo, sino una estela de corrupción y fracaso de sus antecesores. López Obrador ha construido su personalidad sobre la base de escoger sus batallas. A veces, su dedito decía todo. Es momento que regrese a ese estilo donde el goteo era su mejor arma. El y todos.
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