No es cierto que España permaneciera ajena a las grandes guerras de la humanidad. A los que se empeñan en decir que nuestro país no jugó un papel reseñable, para bien o para mal, en la Segunda Guerra Mundial basta recordarles la División Azul en la Unión Soviética, la liberación de París a manos de una compañía francesa formada en su mayoría por republicanos españoles o los espías que, como Joan Pujol, influyeron fuertemente en el transcurso de la contienda. Del mismo modo, los cientos de españoles casi anónimos que combatieron en la Legión Extranjera francesa demuestran que la neutralidad de nuestro país en la Primera Guerra Mundial no afectó a todos.
En los años previos a la Primera Guerra Mundial, Alfonso XIII se comprometió a intervenir a favor de Francia y Gran Bretaña llegado el caso de estallar una guerra contra Alemania y sus aliados, entre otros, el Imperio Austro-Húngaro e Italia, como parte de un acuerdo por el que la Armada se había rearmado con fragatas británicas. Sin embargo, cuando parecía inevitable que España tomara parte por sus aliados de la «Entende», Italia rompió con el guión previsto e hizo innecesario que las fragatas de la Armada aúnaran fuerzas con los franceses en el Mediterráneo. Sin Italia en la guerra, España perdió de golpe su valor estratégico y prefirió concentrar sus esfuerzos bélicos en Marruecos. De los casi 140.000 hombres que formaban el ejército en 1914, más de la mitad se encontraban en el Norte de África, cuyo peso en hombres y armas acaparaba el presupuesto militar.
La puerta al terror que se abrió en Francia
El 7 de agosto de 1914, «la Gaceta de Madrid» publicó un real decreto por el que el gobierno del conservador Eduardo Dato se creía en el «deber de ordenar la más estricta neutralidad a los súbditos españoles con arreglo a las leyes vigentes y a los principios del Derecho Público Internacional». Durante el resto del conflicto, no hubo mucho empeño en implicar a España en la guerra porque, básicamente, a la mayoría de líderes europeos le bastaba con que se mantuviera neutral. Lejos de ofrecer prebendas o beneficios a los líderes españoles para ingresar en la guerra, los esfuerzos fueron dirigidos a convencer a la sociedad civil de la necesidad de intervenir a través de una prensa que, en ocasiones, se vendió al bando más generoso. No en vano, según varios documentos históricos, Alfonso XIII siguió convencido en todo momento de que lo más provechoso era entrar en la guerra en apoyo de sus viejos aliados.
Hasta aquí la historia conocida. España se mantuvo neutral y disparó su balanza comercial con las ventajas de poder vender a ambos bandos todo tipo de productos. No en vano, lo que muchos españoles desconocen es que durante la Gran Guerra aproximadamente dos mil compatriotas combatieron de manera voluntaria en la Legión Extranjera francesa, además de que un número difícil de estimar de nacidos en España combatieron en alguna de las potencias beligerantes, principalmente en el ejército francés y en el británico, al tener también otra nacionalidad. Y es que hay que recordar que la brutalidad con la que los alemanes invadieron Bélgica, un pequeño país que había declarado su neutralidad, colocó a la opinión pública europea de forma mayoritaria a favor de los franceses. En España, las regiones norteñas y orientales tuvieron claro que había que entrar en la guerra, más pronto que tarde, en el bando del país vecino.
«La hora es grave (…) intelectuales y estudiantes, obreros hombres válidos de todas clases agrupémonos en un sólido haz de voluntades puestas al servicio de Francia»
Dado que el Gobierno francés tenía prohibido el reclutamiento de soldados extranjeros en su Ejército, todas las solicitudes se concentraron en la la Legión Extranjera. Esta unidad de élite del Ejército francés estaba formada antes de la guerra aproximadamente por 12.000 soldados, con hombres de cincuenta nacionalidades distintas, incluyendo a un pequeño número de españoles.
Sin embargo, la prolongación inesperada de la guerra por varios años disparó la cantidad de soldados en sus filas y, a través de la Association Internationale des Amities Francaises, se gestionó el alistamiento de toda clase de europeos. Muchos acudieron al calor de un texto que decía, entre otras cosas, «la hora es grave (…) intelectuales y estudiantes, obreros hombres válidos de todas clases agrupémonos en un sólido haz de voluntades puestas al servicio de Francia». Según los periódicos parisinos, en cuestión de un año se reclutaron 32.000 extranjeros, 969 de ellos de nacionalidad española.
Los voluntarios procedían de todas las regiones de España, pero especialmente destacaron por su número los voluntarios vascos, madrileños, aragoneses y, sobre todo, catalanes. Los recién alistados fueron destinados a los cuarteles de Tolosa y Bayona, y otros tantos a Orleans y Lovoy, donde recibieron sus primeras nociones militares. Desde allí fueron remitidos a École d’application de Tir, al este de Francia, para completar su adiestramiento no muy lejos del frente.
Si bien muchos de ellos, de origen burgués, no habían estado conformes con unirse a una unidad con pésima fama en Europa, que obligaba a cinco años de servicio, los mandos franceses resolvieron que el contrato solo sería vinculante hasta el final de la guerra (lo que en verdad fueron casi cinco años) y que la estructura legionaria tradicional quedaría diluida.
Para cuando la guerra estalló en el verano de 1914, se tiene constancia de los primeros españoles luchando con la Legión Extranjera en la ofensiva de Marne de septiembre. A principios de enero de 1915, los españoles operativos y equipados para combatir alcanzaban ya los 969, aunque no formaban una fuerza militar como tal, sino integrados la mayoría en el 1º Regimiento de Marcha de la Legión Extranjera, dentro de los batallones 1º, 2º y 3º.
La sangre no tardó en llegar al río, puesto que esta fuerza de élite estaba concebida como un arma de choque para desatascar las situaciones de bloqueo que se vivían en las trincheras, de lo que se comprende que se situaran en primera línea durante las operaciones más importantes de la guerra y que registrara una altísima mortalidad cercana al 70%, con 42.883 fallecidos de todas las nacionalidades. En las batallas de Verdún y de Somme, las más emblemáticas de la guerra, jugó un importante papel este mismo regimiento.
Las cifras inventadas del nacionalismo
Entre los soldados laureados estuvo el cabo Andrés Arocas, que recibió la Legión de Honor en 1917 de manos del mismísimo Petain, mientras que José Martínez ascendió hasta capitán (la máxima distinción en la Legión a menos que renunciaran a su nacionalidad) desde soldado raso y logró también la Legión de Honor. Un reconocimiento que logró tras liderar una misión en abril de 1917, al frente de 17 voluntarios vascos y catalanes, contra las líneas enemigas que bien podían haber firmado los Tercios castellanos en sus célebres encamisadas del siglo XVI. A pesar de resultar herido dos veces, siguió al frente del ataque y regresó de vuelta con 150 prisioneros, entre ellos cuatro oficiales.
Por su parte, el aragonés José Cameo, alistado al Regimiento Italiano de la Legión Extranjera, recibió la Cruz de Guerra tras caer en combate en el último año de la guerra. Mención aparte para Juan Ateca, alistado en la Legión en 1871, que se reenganchó para luchar en la Gran Guerra, con 43 años, a pesar de su edad y de su interminable lista de infracciones disciplinarias.
El final de la guerra supuso un lento éxodo para los españoles anónimos. En mayo de 1918, se creó el Patronato de Voluntarios Españoles para facilitar el regreso a casa de los combatientes, aunque muchos decidieron quedarse en Francia o, incluso, seguir en la Legión Extranjera. En un informe presentado ante la Cámara de Diputados de Francia se cifró en 1.328 el número total de voluntarios españoles, de los que murieron 335.
El nacionalismo catalán, a su vez, elevó la cifra a 12.000, la mayoría de esta región, por cuestiones propagandísticas. «Una parte de los españoles voluntarios eran nacionalistas que vieron en Francia una opción de luchar contra las Potencias Centrales que, bajo su visión, estaban reprimiendo a los pueblos de Europa. Las cifras fueron exageradas por las fuertes nacionalistas y hoy resulta difícil saber cuántos combatientes hubo en verdad», asegura José Luis Hernández Garvi, que publica estos días el libro «Eso no estaba en mi libro de la Primera Guerra Mundial» (Almuzara).
Los movimientos nacionalistas de Cataluña y País Vascos, recién nacidos, trataron de sacar rédito al alto número de los españoles de estas regiones que habían acudido a la guerra. De ahí la creación en febrero de 1916 de la Hermandad con los Voluntarios Catalanes por parte de la Unió Catalanista, que abrió sendos centros en París y Perpignan para cobijar y asistir a los voluntarios entre regalos y proclamas nacionalistas. No es casualidad que el Parque de la Ciudadela de Barcelona albergue hoy el único monumento en España dedicado a los muertos de la Primera Guerra Mundial, bajo el matiz de que solo hace referencia a los 14.000 supuestos voluntarios catalanes que lucharon en la contienda.
«Eso no estaba en mi libro de la Primera Guerra Mundial»
¿Sabía que los primeros aviones derribados en la Gran Guerra fueron abatidos a ladrillazos? ¿Y que un supuesto ejército fantasmal acudió al rescate del ejército británico en la batalla de Mons? El próximo día 24 de noviembre, José Luis Hernández Garvi presentará su ensayo «Eso no estaba en mi libro de la Primera Guerra Mundial» y responderá a estas cuestiones.
-Librería Lé (Paseo de la Castellana nº. 154 de Madrid) a las 19.30h, con la compañía del politólogo y escritor Javier Santamarta y la editora Ángeles López.