El historiador e hispanista Adrian Shubert es catedrático de Historia en la York University de Toronto. Entre sus obras se encuentran, entre otros títulos, «Spain at War: The Spanish Civil War in Context, 1931-1939», «A las cinco de la tarde, una historia social del toreo», y «Nueva historia de la España contemporánea», en colaboración con José Álvarez Junco. A ellos se suma la monumental biografía «Espartero, el Pacificador», que acaba de aparecer en Galaxia Gutenberg.
Antes ya había publicado algún trabajo sobre Espartero. ¿Cuándo y por qué le surge su interés por él?
Espartero es una figura digna de Stendhal o de García Márquez y sentí una profunda curiosidad desde la primera vez que leí sobre él. Sería hace 40 años o más. Después de terminar la tesis en 1982 se me ocurrió la idea de escribir su biografía. Empecé a recoger material, casi como «hobby», mientras trabajaba en otros proyectos, pero también me decía que sin su archivo privado no se podía hacer nada realmente interesante. Luego, en los años 90, descubrí por casualidad el nombre y la dirección del entonces duque de la Victoria y le escribí una carta preguntando si estaba en posesión del archivo de Espartero. Me dijo que sí, y que podía consultarlo. Tanto él como su hijo, el duque actual, han sido realmente generosos.
¿Se ha propuesto deshacer mentiras o malentendidos sobre su figura, como atribuirle que dijo que había que bombardear Barcelona cada cincuenta años?
No comencé con este propósito concreto. De hecho, al empezar no sabía que eso de bombardear Barcelona cada cincuenta años era un invento. Al leer tanto sobre Espartero, incluyendo miles de las cartas privadas que escribió, me daba cuenta de que esa frase no se encontraba en ninguna parte. Lo que sí encontré fue, por una parte, las muchas veces en que él alababa a los catalanes y, por otra, el fuerte culto a Espartero en Cataluña, lo que llamo el esparterismo catalán, que duró treinta años después del bombardeo de Barcelona. Por ejemplo, en 1859, al mismo tiempo en que estaba organizando los primeros «Jocs Florals» modernos, Victor Balaguer, figura puntera en el catalanismo, escribió un largo poema en catalán, «Homenatje y recort al excm. senyor D. Baldomero Espartero». Por supuesto, cosas así no caben en los cuentos sobre el pasado que algunos movimientos políticos hacen pasar por Historia.
«Como jefe militar imponía una disciplina feroz. Al mismo tiempo, se preocupaba de sus hombres, procuraba ahorrar vidas»
Uno de los aciertos de su biografía es presentar un Espartero complejo y poliédrico...
Gracias. En principio no debía ser un logro tan excepcional. Todas las personas somos complejas y poliédricas, pero lo que ocurre con alguien como Espartero es que su memoria consiste en tan solo unos fragmentos de su vida. Así que, al meterme de lleno en su trayectoria, no fue difícil encontrar muchos aspectos que contradecían, o por lo menos complicaban, la visión unidimensional que existía con anterioridad. El resultado fue un retrato más humano que el que se había imaginado hasta el momento.
¿Cómo era este Espartero más humano? Como jefe militar imponía una disciplina feroz, no le asustaba emplear el fusilamiento como castigo. Al mismo tiempo, se preocupaba de sus hombres, procuraba ahorrar vidas e incluso empleaba sus propios bienes para alimentarlos y vestirlos. Era un hombre de guerra que entendía que la solución militar no siempre es la mejor opción. Tenía una enorme seguridad en sí mismo, y hasta arrogancia. Durante los últimos años de la guerra carlista llegó a pensar que tenía un conocimiento único y privilegiado de las necesidades y deseos del pueblo español. Era un nacionalista español para quien la unidad nacional era el santo grial y él mismo su campeón. Actualmente, diríamos que se creía sus propias notas de prensa.
Era un monárquico ferviente que pasó toda su vida pública protegiendo un trono amenazado, pero que respaldó la república cuando ésta llegó. Valoraba la lealtad de sus amistades por encima de prácticamente todo y la cultivó en su vida política, por lo que pagó un alto precio. Aunque le encantaba la adulación, no era ambicioso, al menos no del modo en que lo eran muchos de sus contemporáneos, tanto civiles como militares. No ansiaba cargos ni poder, y desde luego no disfrutaba con el pesado trabajo de la política. El general que podía enfervorizar a sus hombres con sus arengas y cuya audacia era decisiva en el campo de batalla se quedaba casi sin palabras en el Parlamento y vacilaba en momentos de crisis políticas. No obstante su riqueza, Espartero era un hombre de gustos sencillos que rehuía todo lo posible la «pompa» y el brillo de Madrid, y cuyo pasatiempo favorito era plantar árboles. Era un hombre honrado en una época en que los españoles sentían que esto era algo de lo que adolecía seriamente la vida pública. Por último, un aspecto clave: fue un marido fiel y cariñoso, emocionalmente dependiente de la mujer que tanto hizo a favor de su carrera.
En efecto, su mujer, Jacinta, desempeñó un papel esencial en su vida…
Absolutamente. Considero a Jacinta la otra estrella del libro. A través de las 600 cartas que Espartero le escribió durante la guerra carlista podemos ver su funcionamiento como pareja, algo insólito en la historia de España de esa época. Jacinta le daba consejos, le criticaba, le servía de intermediaria con la Corte y la clase política. Más tarde con el embajador británico. Era, además, una mujer impresionante por derecho propio: muy leída, bien relacionada, de lengua mordaz, con ideas propias, que pasó de una educación provinciana en Logroño a moverse en los círculos sociales y políticos más elevados. Nada menos que lord Palmerston, que conoció a Jacinta en la treintena, la describió como «una mujer muy superior». Me habría gustado decir más de ella pero las fuentes no lo permitieron.
«Considero a Jacinta, su mujer, la otra estrella del libro. Le daba consejos, le criticaba, le servía de intermediaria con la Corte y la clase política»
¿Qué cualidades y defectos destacaría en el general?
A su favor: valentía, honradez, falta de ambición. En su contra: arrogancia, carencia de sentido político.
¿Cuál fue el momento más complicado de su trayectoria?
El final del Bienio Progresista en julio de 1856. En el momento clave, cuando O’Donnell declaró un estado de excepción y Serrano bombardeó el Congreso, Espartero desapareció. Y nunca explicó bien su comportamiento. Lo más asombroso del asunto es que a pesar de este episodio negro, Espartero siguió siendo una figura política muy importante, sobre todo en Cataluña.
¿Y el más glorioso?
Sin duda, terminar la Guerra Carlista en el País Vasco y Navarra con una paz negociada: el famoso Abrazo de Vergara. Relacionado con ésto, quiero resaltar algo que dijo a los vascos dos años antes, en mayo de 1837. Son las palabras más profundas e importantes que Espartero pronunció jamás y me parece que debían formar parte de la memoria histórica de los españoles: «En las guerras civiles no hay gloria para los vencedores ni mengua para los vencidos. Tened presente que cuando renace la paz todo se confunde; y que la relación de los padecimientos y los desastres, la de los triunfos y conquistas se mira como patrimonio común de los que antes pelearon en bandos contrarios».
Fue un gran militar pero mediocre político...
Gran militar… hasta cierto punto. No era un gran estratega y no estaba a la altura de un Wellington, un Napoleón o un Grant. Donde más brillaba, y donde estaba más a gusto se encontraba era en medio de la batalla, a la cabeza de sus tropas dirigiendo una carga a bayoneta. Allí tenía un gran instinto y un valor increíble, hasta temerario. Político mediocre, sin duda. No entendía la política, no le gustaba, y no estaba dispuesto a hacer el duro trabajo de día a día que exige la política. En esto le superaban Narváez, O’Donnell y Prim. Era bienintencionado. Como regente realmente intentó funcionar como jefe de Estado constitucional pero las buenas intenciones no eran suficientes, sobre todo en una situación tan difícil y con el material político tan pésimo que tenía a mano.
«Su mejor momento fue terminar la Guerra Carlista en el País Vasco y Navarra con una paz negociada: el famoso Abrazo de Vergara»
¿Por qué decidió usted dedicarse al hispanismo?
En esencia, se debe a un profesor que me enseñó cuando hice la carrera en la Universidad de Toronto. Empecé la carrera pensando hacer estudios latinoamericanos -había estudiado el castellano en el instituto- pero no me convencieron los profesores que había en el Departamento de Historia. Luego seguí una clase con el profesor William Callahan, especialista en la historia de España y autor de dos magníficos libros sobre la Iglesia en la España contemporánea. Fue un profesor excelente y un gran mentor.
¿Qué opina de la Leyenda Negra?
Si por Leyenda Negra se entiende la idea de que los españoles se portaron de una manera especialmente brutal en su conquista de América, entonces se está hablando de propaganda holandesa y británica. Pero esto no quiere decir que haya ninguna Leyenda Rosa. En el siglo XXI me parece impresentable reclamar los imperios como positivos. En América, los españoles actuaron de una manera brutal, justo como los demás europeos, por no hablar de los norteamericanos. Si los españoles causaron más muertos, fue sencillamente por ser portadores de enfermedades ante las cuales los indígenas no tuvieron defensas naturales. Una sociedad madura, y creo que la sociedad española lo es, tiene que enfrentarse a las verdades de su Historia. Y si esto les cuesta a los españoles, en este tema y en el tema de la Guerra Civil y el franquismo, tienen amplia compañía. En el Reino Unido no hay ningún monumento a las víctimas del tratado de esclavos. En los EEUU no hay ningún monumento a las víctimas indígenas de sus políticas de genocidio cultural cuando no, como en California, de genocidio físico.
¿Sigue lo que ocurre en España? ¿La visita con frecuencia?
Sí. Leo la prensa todos los días y me comunico con mis amigos españoles regularmente. Además, voy a España dos o tres veces al año. Generalmente son estancias de solo una semana o diez días, aunque en 2016 pude pasar tres meses en Valencia.
¿Cómo ve hoy España?
Tiene muchos problemas. ¿Pero qué país no está en la misma situación hoy día? El problema más grave, en mi opinión, es el de Cataluña. Y es un problema que se resuelve, si es que se llega a resolver, solo con mucho tiempo, mucha paciencia, y mucha sabiduría política. Esta última es el ingrediente más escaso, tanto en Barcelona como en Madrid. Bajo Rajoy faltó por completo. Me parece que Pedro Sánchez lo está intentando pero ha heredado una situación muy podrida, y el comportamiento del PP y Ciudadanos no ayuda nada.