A duras penas, como ya es costumbre, Theresa May sobrevivió ayer a uno de los días más complicados desde que es primera ministra. La «premier» mostró su resiliencia y perseverancia para defender su acuerdo hasta el final, aunque eso acabe con ella fuera del 10 de Downing Street en un futuro. «He conseguido el mejor acuerdo, no pienso dimitir», sentenció, y siguió adelante con el borrador acordado con Bruselas, que muy pocos quieren en Reino Unido: tan solo un 14% según un sondeo publicado ayer por la cadena Sky News.
Todo a pesar de la tormenta política que May tuvo que soportar, en un día en el que fue acorralada en el Parlamento para explicar el preacuerdo en tres horas repletas de reproches y críticas. De los golpes encajados ayer, la «premier» tuvo que tragar con uno de los más indigestos: la dimisión de su ministro para el Brexit, Dominic Raab.
Moción de censura
Los movimientos y conspiraciones en el seno para apartar a May surgieron pronto. Al cierre de esta edición no se había producido, pero nadie desacarta una moción de censura que requeriría, al menos, el apoyo de 48 de sus correligionarios para echarla. Todo apunta al nuevo adalid del Brexit, el euroescéptico «tory» Jacob Reeg-Mogg, como el urdidor, quien se plantó a las puertas del Parlamento, tras habérselo dicho a la cara en la Cámara, para decirle a May que había enviado una de esas 48 cartas necesarias para forzar esa moción. Se necesita el voto de 158 conservadores descontentos para echar a May de la jefatura de su partido.
La «salvaguarda» para preservar la frontera de Irlanda del Norte y que implica que Reino Unido tiene que seguir en la unión aduanera por un tiempo no determinado desató la tormenta perfecta sobre Theresa May y llevó a romper el silencio que muchos diputados de su partido habían mantenido todo este tiempo. Tres horas de críticas, abucheos y preguntas desafiantes que mostraron a May que va a tener muy difícil conseguir la aprobación de su plan. Tanto la oposición como sus propios colegas de partido mostraron a la «premier» en público su desacuerdo con un borrador que disgusta a todos, brexiters y proeuropeos.
Apenas unas horas después de conseguir el apoyo de su Gobierno en un tensísimo gabinete de ministros, Theresa May comenzaba el día de la peor forma posible: con una cascada de dimisiones. La más importante y clave de todas: la de su ministro para el Brexit. Dominic Raab, que abandonaba un barco en el que nunca terminó de creer y que aceptó tras la renuncia en julio de su predecesor David Davis. En un comunicado explicaba los motivos por los que tiraba la toalla. A su juicio, el preacuerdo representa «una amenaza muy real para la integridad del Reino Unido». Para desmantelar por completo este ministerio también presentaba su renuncia como número 2 la secretaria de Estado Suella Braverman.
Poco después, y minutos antes de que May se enfrentara al chaparrón del Parlamento, abandonaba también la ministra de Trabajo, Esther McVey, una de las más criticas y desafiantes del gabinete. Antes de su dimisión, ya había dejado el Gobierno el secretario de Estado de Irlanda del Norte, Shailesh Vara, asegurando que era «un día triste para Reino Unido cuando nos vemos obligados a obedecer las normas hechas por otros países que han demostrado que no velan por nuestros intereses».
Decisiones correctas
Tras el varapalo sufrido, May trató de recomponerse en una rueda de prensa, ya entrada la tarde, donde reiteró que no se va a ningún lado. «Yo voy a dirigir este proceso. No pienso dimitir», aseguró una tocada primera ministra que afirmaba no llevar a cabo el Brexit en su nombre,si no «en el interés de la nación por encima de todo, incluido su partido y ella misma». May confirmaba lo «frustrante» que ha sido el camino y lo que todavía queda por andar. Sin embargo, la «premier» se ve con fuerzas para cerrar su fatídico día, desafiando, incluso, a aquellos colegas que ya piensan su salida: «El liderazgo consiste en tomar las decisiones correctas, no las fáciles».