El tamaño de una derrota es relativo, pero lo que nunca cambia es cuánto duele perder. Imagino cómo tuvo que haber molestado a los muchachos de la sub-20 haber caído 3-1 ante Honduras, más que todo porque sabían el significado de dejarse en la cancha esos tres puntos. Al final, terminó pesando como una losa aquella remontada catracha, pues los nuestros quedaron segundos de grupo y se despidieron otra vez del Mundial.
Sin embargo, revés aparte, el conjunto de jugadores que fue a Bradenton, Florida, en busca de un boleto a la hexagonal final de Concacaf, probó de nuevo que esta generación posee la calidad suficiente para aspirar a objetivos mayores.
Basta con mencionar el desempeño de figuras como el arquero y capitán Danny Echevarría, así como el creativo Rolando Oviedo y los atacantes Ribaldo Roldán y Jean Carlos Rodríguez, para reconocer el futuro de una selección mayor que, pese a estar hoy mismo bastante rejuvenecida, tampoco vería con malos ojos la incorporación de sangre nueva.
Como casi todos los equipos que ha dirigido Raúl González Triana, estos muchachos demostraron una excelente disciplina táctica, solidez defensiva y contundente capacidad de ataque, factores que influyeron en que pudieran traducir en el marcador su clara superioridad ante rivales —Belice, República Dominicana, Antigua y Barbuda, y Sint Maarten— que siempre parecieron —y fueron— de menor rango. Incluso en su único descalabro, tuvieron argumentos para sacar un mejor marcador, pero a la hora buena salió a relucir el factor de siempre: la experiencia competitiva.
Como otras tantas veces, pasó algo casi inherente a los onces antillanos de todas las categorías, los cuales, con demasiada frecuencia, frente a un rival de calidad, suelen verse carentes de esa paciencia y sangre fría que resultan fundamentales para controlar y definir los partidos más cerrados.
Claro que eso no es enteramente responsabilidad de los muchachos ni del técnico, sino una causa de la falta de topes, además del bajo nivel del la liga nacional, par de elementos que desde que se tiene uso de memoria, lastran —y lo seguirán haciendo— la progresión de nuestros atletas en esta disciplina en particular.
¿Que se falló en el objetivo de avanzar? Ahora toca seguir trabajando sin descanso. Al final, esta no deja de ser una etapa de formación que debería verse como parte de una estrategia a largo plazo rumbo a mayores metas. Claro está que sin el seguimiento necesario, ni las oportunidades de seguir mejorando su forma deportiva y currículo, esta generación podría correr el riesgo de quedarse en una mera anécdota. Esperemos que eso no pase, y que el sueño no lo sea más dentro de un tiempo.