Me impuse una promesa: no hablar de la política y sus alrededores al menos una semana. Comencé el domingo. Por una parte, tengo que atarme las manos para no escribir sobre «las gracietas» de los candidatos o invitados de las distintas formaciones políticas. Pero también es cierto que cuando termino un artículo, en estos días, me quedo feliz. Lo que les cuentos es una especie de diario que procuro que sea optimista. Por cierto, tengo de banda sonora a Camarón. Estoy repasando sus muchas grabaciones y en una de sus letras dice : «Quiero al amante que disfruta con una caricia y desprecio al hipócrita que reza una plegaria». Lo cierto es que yo también defiendo y quiero a los buenos amantes y sus caricias, pero no entiendo el desprecio por el que reza una plegaria ni que se dé por hecho que es un redomado hipócrita. No saben lo que se pierden las o los que no tienen en su vida –por una decisión ideológica, porque no les apetece o incluso por pereza– una oración. De vez en cuando te puede dejar nuevo. En mi caso no hay ni el menor atisbo de hipocresía cuando rezo, posiblemente sí de egoísmo, porque pido ayuda para ciertos temas. Otras veces, como me pasó ayer, no hubo más que emoción y admiración. Me acerqué a la capilla de los Marineros de la Trianera. Calle Pureza. Las puertas abiertas de par en par. Al entrar te encontrabas a la Señora, la de la Esperanza, en su paso. Tenía una particularidad que me encanta: el hermosísimo y riquísimo paso de palio estaba totalmente montado, incluida la candelaria. Sólo faltaban las velas. Esto te permitía ver a la virgen directamente, bellísima la saya que estrena. Me sentí tan conmovido, tan feliz como una mañana de Jueves Santo y me senté a rezar, rebosante de alegría. Les aseguro que no había sitio para la hipocresía.