La señal de la cruz nada más pisar el ruedo. La mirada al cielo, ese que se colaba por la apertura de la cubierta. Allá se encontraban los sueños; en tierra firme, las realidades: una indigna escalera.
La primera de esas anovilladas certezas respondía al nombre de «Soñador». ¡Vaya carita! La cruda realidad, pan nuestro de cada día, era que de trapío no andaba sobrado. Y menos aún de casta, pese a enseñar su calidad. Blandeó y, para colmo, se pegó un volatín en el capote de Urdiales. Pese a sus ganas de agradar, no era toro para quites, sino de moquero verde. No le hizo gracia la inoportuna «broma» a El Juli, que lanzó al vuelo la montera a su mozo de espadas. La figura madrileña lo templó en series reposadas, aprovechando la nobleza de «Soñador». Logró mantenerlo por ambos pitones en suaves muletazos –suyos serían los más despaciosos– y, con el animal apalancado, trazó unas luquinas en un palmo de terreno. La estocada caída, fulminante, encendió el marcador de trofeos.
Si alguien quiere ver una estocada de ley, que no la busque en este mano a mano...
Una lujosa ovación estalló antes de la salida del segundo: Diego (así lo llaman) es un auténtico profeta en su tierra. «Acastañado», un negro listón, no quería saber nada de los capotes. Manso de manual, huyó de todos en una desordenadísima lidia. «¡Vaya patochada, prefiero al bombero torero!», gritó un abonado. Urdiales se dobló con el toro de manera inteligente y dejó una trinchera que maravilló. Transmitía el manso y raro fue el muletazo –bueno o regular– que no corearon al riojano, que perdió pasos continuamente, en pases de uno en uno, alguno con mucho sabor. Por el izquierdo colocó la cara «Acastañado» y creció la intensidad de la obra. Hubo un par de naturales y un pase de pecho sensacionales, componiendo con estética. Se gustó en los remates, que los borda, y la plaza se convirtió en un manantial de «oles», a tiempo y a destiempo... Porque Urdiales es un torero más del antiguo «ooole» que del actual «bieeen». Aroma en las trincherillas al toro de José Vázquez, muy bueno en la muleta. Cuando notó el acero, volvió a salir escopetado con su mansedumbre a cuestas. Pinchó y pinchó y cambió un premio cantado por dos avisos.
Con lances a pies juntos recibió El Juli al tercero, de Garcigrande. Tras un certero puyazo de Barroso, quitó por chicuelinas de compás abierto, con dos bonitas medias. Los doblones rodilla en tierra descorcharon una labor de sabia técnica –con el toque fuerte para provocar la arrancada– y mando en el viaje –a veces demasiado hacia fuera– para paliar el tornillazo. Una tanda a derechas elevó el diapasón, pero mató muy mal. Si quieren ver una estocada de ley, no la busquen en este espectáculo...
Otro manso
Urdiales observó cómo el cuarto estaba «Versado» en mansedumbre. Se dolió mucho con los palos el zalduendo, que complicó la vida a los banderilleros, más que mosqueados. Ni el público ni el matador, que no lo quiso ni ver, apostaron por el deslucido toro. Si lo hace otro torero, se cae la plaza con una soberana bronca.
Más serio también el otro zalduendo, el quinto, al que Iván García majó un par de banderillas que fue lo más soberbio de la tarde. De torerazo. El Juli brindó al público, aunque este ejemplar andaba mermado de fortaleza. Sin atosigarlo, persiguió la templanza a izquierdas, pero el público estaba a otra cosa. Y ahí siguió Julián López, con cero reconocimiento, pero por encima del animal, sin noticia alguna de la casta. Ni el rumor había olido. Lo que sí se llevó fue una gran pitada en el arrastre.
Ni la cabra de la Legión
Vergüenza sintió la afición cabal cuando apareció el sexto. La cabra de la Legión tiene bastante más trapío que ese anovillado garcigrande. Unas chicuelinas de alta velocidad de Urdiales sembraron la ilusión. El torillo asomaba la lengua mientras se movía. Y el diestro se dirigió a los medios para brindar a sus paisanos. Principió con su torería por ayudados, con cierres por bajo muy jaleados. Aquel impresentable bicho cabeceaba sin clase, pero su movilidad tapaba los defectos y transmitía a los tendidos, deseosos del triunfo. El de Arnedo se hartó de dar muletazos, con la gente enloquecida tanto en los de sentimiento y colocación sincera como en los chicotazos, debordado a veces por la movilidad de un animalejo con su racita y que parecía requerir mayor gobierno. Tras otra defectuosa hora final, paseó una oreja.
Así, con el lote de más opciones –dentro de un orden–, Diego Urdiales se equilibraba con El Juli en el marcador numérico. Pese a lo soñado antes y durante (la deslucida corrida), un empate a nada, con toretes para olvidar y estocadas horripilantes. Ni casta ni pureza.
Diego Urdiales, al natural en el impresentable sextoSAN MATEO
PLAZA DE TOROS DE LOGROÑO. Viernes, 21 de septiembre de 2018. Cuarta corrida. Casi tres cuartos de entrada. Toros de José Vázquez (1º y 2º), Garcigrande (3º y 6º) y Zalduendo (4º y 5º), una desigual escalera, de justísimo trapío algunos, mansos, faltos de raza y deslucidos en general; el flojo 1º tuvo clase, el manso 2º fue bueno en la muleta y el 6º tuvo más racita y movilidad.
EL JULI, de azul noche y oro. Estocada caída (oreja). En el tercero, tres pinchazos, estocada desprendida y tres descabellos (silencio). En el quinto, media y dos descabellos (silencio).
DIEGO URDIALES, de azul pavo y oro. Dos pinchazos, estocada corta que escupe, dos pinchazos, otro hondo y tres descabellos. Dos avisos (silencio). En el cuarto, pinchazo, estocada defectuosa y descabello (silencio). En el sexto, estocada perpendicular y descabello. Aviso (oreja).