Es difícil de entender lo de Maradona. Ya había estado Pep Guardiola en Dorados como director técnico, es cierto, pero fueron otros tiempos y, ahora mismo, la mentada División de ascenso no parece ofrecer grandes recompensas deportivas: una sola plaza en la categoría superior, en el mejor de los casos, y no al final de cada uno de los torneos cortos sino transcurrido un año entero de competición, con todos los candados posibles para no ascender, justamente, y con la condena anticipada de comenzar a jugar en Primera División con un puntaje calculadamente exiguo en la famosa tabla porcentual. Modelo exclusivo de nuestro futbol, señoras y señores, por cortesía de unos dueños que se reparten alegremente el pastel sin querer compartirlo con los segundones.
O sea, que, de entrada, uno supondría y esperaría que quien en algún momento se desempeñó como director técnico de la mismísima selección de la República Argentina —una de las potencias futbolísticas del orbe, con perdón— hubiere llegado como supremo técnico, no sé, de Cruz Azul o del Pachuca o de Santos Laguna o de las mismísimas Chivas. Sobre todo que el hombre ha sido, en su faceta de jugador, la gran figura del futbol de todos los tiempos, compitiendo con Pelé y con Lionel Messi por la distinción de ser el mejor.
En fin, llega a un equipo de la tal liga ascendiente y así están las cosas. Al personaje se le ha criticado su posible afición a ciertas sustancias —por decirlo de forma elegante— y ha habido ocasiones en que se ha comportado de manera un tanto impresentable. No es un modelo de modestia, ni mucho menos, y tampoco de elegancia fuera de las canchas. Como director del equipo nacional de la Argentina no logró mayores cosas —se espera siempre que un conjunto de jugadores tan supremamente talentosos y colocados todos ellos en las mejores ligas futbolísticas del planeta, es decir, las del Viejo Continente, obtenga títulos y triunfos inmarcesibles (aunque en los últimos tiempos anda muy de capa caída, con Maradona o sin él)— y sus méritos más reconocibles siguen siendo aquellos de sus épocas de jugador. En lo personal, no es el tema de sus posibles adicciones lo que me disgusta de Diego Armando Maradona sino ese izquierdismo trasnochado suyo que lo acerca a figuras como Hugo Chávez y otros demagogos populistas de nuestro subcontinente. Aparte, exhibe el hombre unos modos zafios que son en verdad muy desagradables. Pero, bueno, es una leyenda viviente y ha venido a afincarse a estos pagos. Dorados, de pronto, figura en el mapa futbolístico internacional. Pues eso.
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