atino repleto hasta las gradas de sol. La gente de La Habana y otros lares, se volcaba a su lugar preferido, por donde tantas y tantas luminarias han pasado. Habíamos trasnochado la jornada anterior, un sábado esplendoroso. Nos le escapamos al director, a fin de cuentas no íbamos a jugar, nunca lo hacíamos; imposible imaginar que él pensara en nosotros.