Nunca me cansaré de afirmar que los regiomontanos somos prejuiciosos y exudamos un elitismo peligrosamente oculto. Y esta vez no me refiero a la raza de lana, esos que suelen mirar de reojo con un desdén insultante. No, esta vez estoy señalando a todos aquellos que (como tú o yo) son del montón.
¿Qué nos hace mejor que otros? Es la pregunta que suelo hacerme cuando camino zonas marginadas o barrios pudientes. Porque los contrastes se anulan cuando nuestra esencia es exactamente igual. Razonamiento que el sábado en el BBVA me alejó del simple juego mientras observaba en la tribuna a cientos de jóvenes alentar sin importar las formas y (además a muchos) antes los había visto pedir dinero en la calle para pagar el boleto.
Y esos a quien señalan de mala forma son los que hoy dan todo por demostrarle a su equipo que todavía existe una afición leal. El resto, por lo menos 20 mil, se diluyen en un tempano sentimental que huele a nachos con jalapeños.
Los pocos, los que gritan y cantan en la zona 9 son bautizados con desdén como los ‘apás. Sin comprender que lo que parecería un insulto los unifica como estirpe del tablón.
Me molestan las formas y cómo los ven. Al menos (yo) suelo tomarme varios minutos para ver el maltrato policial y los prejuicios que siempre los rodean. ¿Cuándo entenderemos que el futbol no se trata de clases sociales?
Hoy, el BBVA resume los peores defectos del regiomontano porque ingresamos allí creyéndonos lo que nunca seremos. No le demos más vueltas al asunto; perdimos la batalla de la pasión cuando el elitismo anidó en el futbol y las directivas lo arroparon con entusiasmo. Ojalá hubiera más ‘apás y menos aficionados golondrinas. Ojalá no soñáramos con chingar al prójimo mientras lo minimizamos. Ojalá todos entendiéramos que somos iguales cuando pisamos una tribuna o caminamos la calle.
Twitter: @santiago4kd
