«Cantaor» fue la pieza del puzzle que faltaba. El toro de Victoriano que se lo dio todo a Ponce para hacer el toreo. Lo cantó de salida, en los vuelos del capote de Enrique, que los vuelos existen cuando la capa deja de ser ese parapeto al que van a parar las embestidas del toro y viene el toreo. Toreó Ponce y replicó explosivo Roca en su turno. Era el mano a mano. El mano a mano improvisado que se quedó para la cuarta de San Sebastián con la baja de Cayetano. Un cuarto de siglo había de diferencia entre las dos alternativas. Dos mundos. Generaciones distintas. El toro iguala. O separa. “Cantaor” fue el quinto de la tarde, el que no se cansó de tomar la muleta del torero valenciano después. Transitó la faena por fascículos distintos de una misma película, como si la búsqueda tuviera distintas partes. La gente estuvo siempre de la suya. En la verticalidad siempre como es menester intrínseco en su toreo. Reunido a veces, ligado otras, de uno en uno mediada labor, a pesar de que el toro permitía ligazón y una tanda, soberbia, con la diestra, la de mano más baja y arrebatada que fue cuando a la gente de verdad le pellizcó el corazón. Puso fin a la faena casi a la vez que sonó el aviso y paseó un trofeo de un toro bueno que aguantó hasta el final. Otro joya tuvo Roca, con la que nos quitó años de vida en el comienzo de faena. De rodillas. De frente. Con un pase cambiado por la espalda. Sudamos sangre de tal manera que cuando se puso a torear de rodillas, y cómo tomó ahí en engaño el toro, nos pareció un paseó por las nubes. Fue toro franco, noble y repetidor, aunque no le sentaron bien las distancias cortas que quiso imponerle Roca incluso protestó cogiéndole. No se sofoca con facilidad el peruano, que resuelve en el infierno sin despeinarse y conecta como un imán, porque su grado de entrega está por encima de la media. La faena, más de efecto, que de toreo depurado, le valió el doble premio y la Puerta Grande, pero fue ésta más un artificio que una de esas en la que toro y torero hablan el mismo idioma, y se entienden. Pero su valor y su puesta en escena devora. El sexto tuvo toda la nobleza del mundo incluso temple en las arrancadas, a pesar de que quiso rajarse y acabó por hacerlo. Roca no intentó cambiarle los terrenos con el fin de olvidarlo, apuró las arrancadas que le quedaban entre una cosa y la otra y puso fin a la tarde, que se nos había ido larga.