Entre las telas que conviven en la madrileña zona de Pontejos hay unas concretamente que brillan con luz propia. Las puertas de la sastrería de toreros Justo Algaba se abren para hacernos viajar por el tiempo montados en trajes de luces. Desde 1950, Justo Algaba ha cambiado el «paso a paso» de su vida por «puntada a puntada». Si algo hay incalculable en ese trabajo es la costura y el amor incondicional a lo que el propio Justo llama «sus hijos»: «De cada uno de mis 4.900 hijos estoy enamorado hasta la médula. Cada uno tiene cosas para quererlos cada día más».
En el museo no hay sangre, ninguno de los vestidos ha pisado un albero ni ha tenido dueño, todos ellos forman parte de una colección de conocimientos que, como él mismo dice, dejará como legado al mundo taurino. «Hasta que me muera voy a estar haciendo trajes de luces, pero el día que yo falte podréis decir que Justo se llevó un dolor, porque no ha tenido sucesor». El hijo de Justo Algaba fue por mucho tiempo el posible heredero del arte de las manos de su padre. No obstante, su vida profesional le llevó a instalarse fuera de España: «Vi que el arraigo que le traía allí hacía despegarse de mi profesión, y decidí automáticamente que iba a dejar mi legado al mundo taurino o a aquel que quiera estar interesado en la cultura de nuestra fiesta», cuenta el sastre.
Es sorprendente ver cómo una a una las luces de la sala desnudan a su paso trajes y capotes de paseo. «Cualquier museo puede tener 2, 5 o 10 vestidos de torear, pero difícilmente los 60 vestidos que he preparado desde 1950 hasta nuestros días». Así, los mejores conocimientos viven en cada uno de esos 60 trajes de luces con el objetivo de que cada uno sea ejemplo de una técnica, o hasta de una época.
Avanzando por la segunda sala que compone la muestra, es ya imposible contener la emoción. Los colores de las pinturas de Picasso bañan el momento. Pablo Picasso fue un gran embajador del mundo taurino, tanto que hasta llegó a diseñar algunos trajes de torear para Luis Miguel Dominguín. Trajes que nada tenían que ver con sus pinturas. No obstante, Justo Algaba no reproduce las pinturas de Picasso en sus trajes, pero sí las interpreta en forma de bordado. «Él lo pintaba y yo lo bordo», cuenta Algaba, un resumen perfecto de la unión de dos disciplinas tan distintas como son el diseño y la pintura en un traje de torear.
El viaje al futuro pasa por una colección de vestidos que, de igual manera que si hubieran desfilado en una pasarela de moda, serán tendencia del toreo. «Cambian las formas, el sentido de la combinación, el fondo...». Así, Justo dedica una parte de su particular museo a trajes que, sorprendentemente, pronto veremos hacer el paseíllo en plazas de gran importancia. Son diseños a tres colores, «algo que antes no se hacía», asegura. «Va el punto del mismo color que el bordado, lleva unos lazos que yo llamo del amor y adornado en plata», continúa.
Sin embargo, Justo deja claro que la evolución de los trajes de torear no debe pasar por dejar en el olvido prendas complementarias que son tan importantes como, por ejemplo, las camisas con chorreras, puesto que «quitas a la fiesta taurina mucha seriedad». En la tauromaquia no se da puntada sin hilo: «Si pierdes la estética, has perdido parte de tu personalidad».
Justo Algaba es un ejemplo más de que el mundo del toro desprende arte por cualquiera de sus costados. Y el rito del vestido de torear no iba a ser menos. Este enamorado de la fiesta, seguirá bordando muletazos. Y nosotros, seguiremos soñando en torero al observar sus vestidos.