The Jacksons son unos modernos Sísifo: empujando década tras década una pesada roca para no llegar a ninguna parte con ella. En su caso, su piedra es esa concepción suya tan anacrónica del «show business», de espectáculo de Las Vegas, que ellos insisten en que aún tiene cabida bien entrado el siglo XXI. A lomos de su leyenda, convocaron anoche a menos de un millar de espectadores en La Campa de La Magdalena de Santander, un número poco deslumbrante considerando lo poco que se ha prodigado la familia Jackson en España en su medio siglo de trayectoria.
Abrieron la noche los barceloneses
The Excitements
, que sin su cantante Koko Jean Davis serían un combo soul aseado y algo envarado, como se pudo ver en los dos instrumentales con los que arrancaron. Es ella, con su descaro y su fuego de la escuela Tina Turner (parecido que no se esfuerza en ocultar porque, al fin y al cabo, no está al alcance de cualquiera), la que eleva el show de The Excitements por encima de la media del saturado mercado soul nacional.
Choca un poco que Koko se dirija al público cántabro en inglés cuando podría hacerlo en castellano, pero la propuesta de The Excitements tiene vocación internacional y quizá no resulte cómodo para su cantante tener un pie puesto en cada idioma. La hora de concierto de los catalanes resultaría ser lo mejor de la noche, musicalmente hablando.
Dan las once cuando los músicos que acompañarán a The Jacksons ocupan su lugar al fondo del escenario. La negritud de piel parece más un requisito por imagen que por sonido, aunque poco importará su color porque ningún foco alumbrará a la banda durante la siguiente hora y media. Son literalmente músicos en la sombra.
Jermaine, Jackie, Tito y Marlon se plantan frente al público tras un breve vídeo introductorio de imágenes pixeladas (una constante a lo largo de la noche en las proyecciones a su espalda; parece que los hermanos no tienen acceso a su propio archivo audiovisual y tiran de YouTube cualquier hijo de vecino).
Durante un instante, el trampantojo funciona: sus siluetas nos resultan icónicas, hay luces y oropel y dos canciones imbatibles para arrancar, «Can you feel it» y «Blame it on the boogie». Los cuatro sexagenarios bailan coreografías a su alcance mientras cantan algo justos de voz, a veces haciendo coros con aspecto de pregrabados. Le ponen voluntad, sí, pero quizá no baste. Lo que vemos es a la vez entrañable y embarazoso.
Los temas de tres minutos se suceden sin pausa. No ha transcurrido ni media hora de concierto cuando The Jacksons abandonan el escenario durante cinco largos minutos y un vídeo en el que hablan sus padres nos cuenta sus orígenes. Parece que la propia banda se siente obligada a recordarnos una y otra vez su estatus de legendaria, por si los hechos no bastaran. Aburridos de ver un vídeo corporativo, los espectadores de La Campa empiezan a silbar exigiendo la vuelta de los hermanos.
Un «medley» de temas de la primera época del grupo que incluye la recordada «ABC» levanta un poco los ánimos, aunque el público no acaba de entrar en calor. Le sigue el inevitable homenaje a Michael
con «Gone too soon». Es en las canciones de su hermano más famoso donde las voces de The Jacksons quedan más en evidencia. Y para sorpresa de muchos, un tema de la carrera de Tito en solitario, «We made it», es el que más hace por conectar por un momento a quienes están arriba y abajo del escenario.
Tras una interminable «Wanna be startin' something», en la que un desatado Marlon baila como el mismísimo Alfonso Ribeiro en su personaje de Carlton en «El Príncipe de Bel Air», tres de los cuatro hermanos descienden a la primera fila para estrechar manos como en un mítin político. Arriba se queda Tito, a quien su guitarra le hace sentirse algo más músico y le exime de ciertos populismos.
The Jacksons vuelven para un único bis porque así lo exige el repertorio, no un público desapasionado. Tras «State of shock» se despide el cuarteto, a quienes no se les puede reprochar falta de entrega; si acaso, de sinceridad. A la salida, se escuchan dos comentarios repetidos por varias bocas: «para su edad no están mal» y «hombre, por dinero no lo harán». Aunque nadie parece decirlo con verdadera convicción.