Se calcula que tras la caída de Mosul en Irak y de Raqqa en Siria, el grupo yihadista Daesh perdió un 95% de los territorios que llegaron a controlar a mediados de 2014 tras la autoproclamación de su califato. La pérdida de territorios clave en estos dos países supuso un gran golpe a nivel táctico, estratégico y financiero, apuntándose incluso a la muerte de su líder, Abu Bakr al-Bagdadi. El califato de Daesh desaparecía, pero no así su batalla en las redes sociales ni los combatientes que se habrían escapado o infiltrado entre las poblaciones locales. De acuerdo con distintos analistas, el grupo podría haber buscado alternativas para su supervivencia en el Sahel y el norte de África así como en el área Centroasiática, Afganistán y Pakistán. Las primeras huellas de su aparición en Pakistán son de mediados de 2014.
Si bien los apoyos con los que cuenta el Daesh, tanto en Afganistán, -donde se mantiene en guerra con los talibanes dada la propia idiosincrasia del pueblo afgano-, como en Pakistán, parecen a priori muy insuficientes para consolidar una estructura, los yihadistas sí están en condiciones de ejecutar acciones terroristas de envergadura, aunque apoyándose en otras redes locales, y controlar por un tiempo más o menos limitado algún distrito provincial o pequeños enclaves. A pesar de que las autoridades paquistaníes continúan negando que el Estado Islámico tenga una presencia organizada en el país, el grupo se ha atribuido varios atentados mortales dentro de su territorio. Además, sus dirigentes no ocultan su deseo de constituir una nueva provincia a ambos lados de la frontera afgano-paquistaní, territorio al que se refieren como Jorasán.
La preocupación internacional y el temor a un asentamiento del Daesh en la zona por el largo historial de extremismo islámico que tiene Pakistán es un hecho. Además, el país sufre igualmente las mismas divisiones sectarias que han permitido explotar el enfrentamiento entre chiíes y suníes en Oriente Próximo.
